Con sus 15 años, Santiago Bustos había dejado muy atrás su sueño infantil de ser bombero. Ni siquiera el hecho de que su papá, Pablo, fuese bombero voluntario de Yerba Buena lograba despertarle la vocación. Él ya tenía otros anhelos para su futuro cuando se presentó un hecho decisivo, casi una epifanía.

“La verdad es que nunca lo había acompañado a mi viejo al cuartel porque no me interesaba. Pero una tarde yo iba pasando cerca de una casa que se estaba incendiando cuando vi llegar el camión con la sirena encendida y se bajó mi papá. Entraron rápidamente y controlaron el fuego”. Al día siguiente, Santiago miró a los ojos a su nuevo héroe y le dijo: “papá, quiero ser bombero voluntario”. Hoy tiene 16 años y ya integrada al cuartel como aspirante. Mientras termina el quinto año de la secundaria y se forma para entrar en los Bomberos Voluntarios de Yerba Buena, Santiago sueña con vivir de esta actividad.

“Para mí es un orgullo enorme que mi hijo haya decidido entrar a los Bomberos Voluntarios. Pero lo que más me entusiasma es que haya sido una decisión suya, yo nunca lo presioné”, festeja Pablo, de 35 años. Él trabaja como policía bajo el régimen de 24 horas de trabajo por 48 de descanso. Y esos dos días de franco se los regala a la comunidad haciendo guardia en el cuartel.

“No me gustaría vivir solamente de esto. Yo tengo trabajo y me gusta, pero ser bombero es otra cosa, para mí no es trabajo, lo hago con mucho gusto y se paga con poder salvar vidas”, asegura este hombre que ya cumplió dos años como bombero voluntario.

Pareciera que la vocación de los rescatistas es un fuego que fluye por la sangre y marca el ADN. Además de Pablo y Santiago, la familia Bustos suma un tercer aspirante a bombero: se llama Máximo, tiene cuatro años y un envidiable equipo de bombero, aunque sus aspiraciones van por otro lado: “yo quiero rescatar gatitos y perritos de los árboles”, explica el futuro bombero ante la mirada orgullosa de Isabel Bustos, su mamá, hermana de Santiago.

Máximo acompaña siempre a su abuelo al cuartel y todavía no se resigna a quedarse allí cuando surge una emergencia. “Me enternece mucho, porque él se queda llorando en el cuartel cuando nosotros tenemos que salir a una intervención; siempre quiere venir a pesar de la edad que tiene”, cuenta el abuelo. Lo cierto es que el pequeño ya tiene una preocupación menos: él ya sabe qué quiere hacer cuando sea grande.