NOVELA

LA PREGUNTA DE MI MADRE

LUIS MEY

(Alfaguara - Buenos Aires) 

La historia parece sencilla: Matías tiene 16 años; no estudia ni trabaja y a duras penas colabora en su casa; quiere todo y a la vez no quiere nada, es mentiroso por antonomasia y se las ingenia para sortear los avatares del mundo, aunque no siempre sale ileso. Su nuevo objetivo es ir a Mar del Plata, con su inefable amigo Peine, en busca de Carolina, la chica de la que cree estar enamorado y que ya le dijo que no quiere verlo nunca más, después de un par de encuentros donde todo lo que le quedó a Matías fue hacer agua. Ahí está atrapado “el Mati”, entre el deseo encendido por esa chica y la marca a fuego de su condición de hijo.

Parece. Pero no. No es tan sencilla la historia.

El ritmo

Detrás de La pregunta de mi madre, de Luis Mey (Premio 10 años de Revista Ñ) están el barrio al borde de la villa, los “campitos de fútbol, guerras de esquina, peleas a paletazos de pádel y gasistas estafadores”; el país de la primera mitad de los 90; la falta de dinero (ese asunto “serio”, “furia pura”), aquel paisaje suburbano y poco más o menos marginal que Mey pintara excelentemente en su primera novela, Las garras del niño inútil.

Y, claro, la madre omnipresente que sostiene todo, hasta lo que no puede: “es chiquita y parece débil, pero siempre puede más que todos”; “cocina, trabaja, es esposa, lava la ropa, limpia la casa, destapa cañerías, cose, remeda, me compra la ropa”. Asea -y este no es un dato menor- los intersticios junto al horno por los que se cuelan los objetos más impensados. Es, en definitiva, no sólo la artífice de un título de novela, también la “arquitecta de los mejores recuerdos de mi juventud”, frente a un padre (hiperpresente en Las garras...) que aparece apenas como un desocupado, una utopía, alguien “que hace llorar”.

La de Mey es una novela iniciática, con ritmo trepidante y un lenguaje coloquial siempre efectivo, de reflexiones existencialistas propias de un adolescente que alcanza a divisar fugazmente los vestigios de su realidad, cruzada por un humor desopilante y escenas de un grotesco antológico.

Ahí podría parecer. Pero no. Tampoco es tan sencilla la historia.

La idea

En determinados pasajes al lector se le generarán ciertas dudas: ¿sucedió esto en la vida del personaje? ¿Es verdad, o es un delirio suyo, apenas? ¿Se trata de un sueño, una mentira más, un simulacro, otro plano de la realidad? “Uno puede sentir lo que imagina”, dice él. “Esa es la idea. La idea, la imaginación, la sensación, y, cada tanto, los sucesos”.

Quizás la clave esté en que Matías hace seis meses que escribe. En cuadernos. Mucho. En eso quizás esté la clave. En eso, y en la última pregunta de su madre.

© LA GACETA

Hernán Carbonel