Urutaú es una humilde localidad del departamento Copo, que se encuentra al norte de Santiago del Estero, a la vera de la ruta nacional N° 16. A 23 km al nordeste de Monte Quemado y a 17 km al sur del límite con la provincia de Chaco. El nombre se lo debe al pájaro homónimo, motivo de una conocida leyenda.

En ese paraje, donde en otras épocas -según nuestro entrevistado- “hubo grandes almacenes que eran el orgullo del pueblo y abundaban los osos hormigueros”, el tacorralense Carlos José Angel Britos estrenó su ascenso de jefe de estación, el 1 de mayo de 1965. El máximo responsable de la parada ferrocarrilera de esa localidad. A partir de entonces y durante 29 años, Britos ocupó la misma función en diversas estaciones del ex Ferrocarril General Belgrano y primordialmente en el troncal Recreo-San Miguel de Tucumán.

Un problema mayor

“Por entonces sólo había unos pocos habitantes, carecíamos de energía eléctrica y de agua. Es que con menos de 10% de humedad, en invierno, y una temperatura que supera los 42 grados, en verano, la falta de agua era un problema mayor”, contó el ahora jubilado ferroviario, a los 78 años de edad.

“Hoy -añadió-, según tengo entendido, el denominado Canal de Dios llega hasta Urutaú para la provisión de agua y la Cooperativa Apícola Agropecuaria de esta localidad fue premiada en 2008 por su acción solidaria, a raíz del alto índice de desocupación que caracteriza a esa zona del norte santiagueño. En mi época en ese pueblito también abundaban las víboras yarará, de la cruz, coral y cascabel. Teníamos que colocar unos tachos que nos enviaban para atraparlas y enviarlas a un instituto en Buenos Aires, donde con el veneno de esas especies fabricaban el suero antiofídico, que nos proveían también a nosotros”.

Agua con arsénico

Britos, que si bien es cierto nació en Taco Ralo, pero se crió en La Madrid -donde cursó sus estudios primarios- recuerda: “la única luz de que disponíamos era la de los faroles a querosén. También cuando pasaba un tren de pasajeros producía una ráfaga lumínica por la luz del interior de los coches. Además, cuando llegaba a llover, cosa que era muy improbable, el barro se convertía en una trampa mortal y circular en vehículo era una misión imposible. También repartía la correspondencia, leña y agua”.

Don Carlos José, que en la actualidad reside en Bella Vista, subraya que se hizo ferroviario por un tío que vivía en San Felipe. “El me contactó con el jefe de vagones. Si mal no recuerdo, creo que era el padre del “Colorado” Squasi. Y rendí, ante don Peralta, jefe de telégrafos, el examen de telegrafista e ingresé el 24 de mayo de 1954. Aunque recién en las estaciones Muñecas y Tafí Viejo me desempeñé como telegrafista”, cuenta.

Once años de auxiliar y otro examen aprobado le permitieron a Britos ascender a jefe de estación. “Después de Urutaú, donde aboné derecho de piso, pasé por varias estaciones salteñas como Embarcaciones, Pichanal, Metán y otras de Jujuy, de la zona del ramal. Hasta que retorné a Tucumán. “Ocupé la jefatura de todas las paradas desde Taco Ralo hasta San Miguel de Tucumán, en el troncal Tucumán-Retiro. Hasta que en 1985 me destinaron a Bella Vista, donde me radiqué y retiré voluntariamente en 1996. Recién cuatro años después pude jubilarme con 38 años de antigüedad”, contó.

Personal a cargo

“En mi última estación como jefe tenía cinco o seis personas bajo mi responsabilidad. Entre ellos al Pila Zelarayán y a Barrera. Además la cuadrilla de Vías y Obras, que supervisaba el capataz Ambrosio Ayala estaba compuesta por otros siete obreros. Don Ayala había venido de Formosa”, indicó don Carlos.

Mientras el sol comienza a despedirse y las primeras sombras le dan permiso a la noche, Britos se niega acallar su relato. “Sabe que en Bella Vista había un tren local que salía al mediodía hacia Simoca,retornaba hasta Río Colorado y desde allí por el ramal CC-13 encaraba hacia Famaillá y retornaba por Lules, San Pablo, Manantial, 24 de Septiembre y culminaba en el Central Córdoba. También había trenes a Córdoba y Frías, que después fueron reemplazados por los coches motores. Estos salían desde El Bajo. Al igual que el directo, como le decían. A las 7 pasaba por aquí, desde el norte, y a las 21 venía desde el sur”, se explayó.

“El directo -agregó- era una formación de pasajeros con 15 coches, incluido los dormitorios y el comedor, además de un furgón y de una o dos máquinas. El más famoso de todos fue El Cinta de Plata. ¡Ese fue el mejor tren que tuvo el Belgrano!”.

Lúcido y nostálgico

La noche es inevitable. Así como la oscuridad se apodera de las formas, la visión de Carlos José Brito lo sume en tinieblas. Sólo su estirpe de ferroviario, por excelencia, lo mantiene lúcido, vivo y nostálgico. Fue el jefe de estación más joven de un paraje inhóspito y peligroso, pero el último de una parada ferrocarrilera aún activa, en cargas.

Alguien dijo alguna vez que “la vida no es más que un sueño que cuando se acaba no queda más que un recuerdo o... nada”.