Al mundo ya no le sorprende que un consagrado con hábito salga a cantarle a Dios fuera de la Iglesia. El caso más resonante fue el de la monja siciliana Cristina Scuccia, que dejó boquiabierto al jurado de La Voz de Italia con “Girls just wanna have fun”, de Cyndi Lauper. El año pasado, durante la Jornada Mundial de la Juventud, en Río, una banda de música electrónica integrada por monjas argentinas recibió al papa Francisco con alegres canciones. La batera hizo furor en Youtube. El propio Francisco, cuando era cardenal, alentaba al padre César, el cura rockero más conocido de la iglesia argentina. César, admirador del rock nacional, cuenta que el cardenal le escribía cartas de recomendación, sin éxito.

Pero cuando Bergoglio fue nombrado papa la propia Sony Music lo buscó para editar el tema que el sacerdote y su banda “Los pecadores” le habían dedicado a Francisco y “Yo quiero un Papa Latinoamericano”, su anterior hit.

En el documento “Música sacra a 50 años del Concilio”, que acaba de dar a conocer, el Vaticano fija pautas sobre la música litúrgica: critica las músicas tipo ‘new age’ que crean, dice, estados artificiosos, y subraya que la música litúrgica debe “predisponer el alma a la acogida del silencio sacro”, porque “guía al individuo y a la comunidad a la plena intimidad con Cristo, donde la oración se hace adoración y canto de alabanza”.

El documento también advierte que “el espíritu de fidelidad, que conoce también la sana audacia, deberá ofrecer a la Iglesia contemporánea un repertorio musical vivo y actual, que muestre los múltiples recorridos de arte cristiano emprendidos a lo largo de dos milenios, y que al mismo tiempo se muestre capaz de una auténtica renovación”.