COMPILACIÓN

PAPELES DE TRABAJO II

JUAN JOSÉ SAER

(Seix Barral - Buenos Aires) 

Más de un lustro le ha llevado a Julio Premat y su equipo de trabajo, nucleado en torno a la Universidad de París VIII y la revista Lírico, reunir los papeles de trabajo que dejó inéditos Juan José Saer, al morir, en 2005.

Se trata de cuatro libros, de los que ya hemos comentado en estas páginas el primero; y ahora nos abocamos a la tarea de hacer lo propio con el segundo (hasta ahora, el mejor).

Acá se puede vislumbrar al autor de Nadie nada nunca (1980) en su apogeo creativo, tomando notas in situ para esas notables novelas que son Glosa (1986), Lo imborrable (1993) y La grande (2005). El libro está dividido en cinco secciones principales, y dentro de ellas se despliega el material de 39 cuadernos (excluyendo lo ya editado, por supuesto) que muestran el minucioso de trabajo que llevó a cabo Saer para ser el heredero de Borges en el centro de la escena literaria nacional.

También en este libro, como en Papeles de trabajo I, asistimos a los apuntes, ideas, impresiones, pensamientos, bocetos, opiniones, escenas y pequeños ensayos que el escritor santafesino fue atesorando, a lo largo de su vida, para luego convertirlos en los pretextos de sus poemas, relatos, cuentos, narraciones y novelas.

Papeles de trabajo II es, como su antecesor, un verdadero laboratorio de escritor, una suerte de habitación privada llena de pequeños tesoros listos para saborear. Por eso no es casual que en la introducción de Premat, llamada “Liminar”, con la que se abre el libro, haya un acertado epígrafe que habla del “campo de batalla de los manuscritos”. Ahí, en ese mundo por lo general secreto, como muchos sabemos, se define el verdadero trabajo del escritor. Es un mundo mucho más rústico, y por supuesto, también, mucho menos mercantil que el del libro, en el que están presente, en la mayoría de los casos, los tanteos, las dudas, y los falsos emprendimientos. No es el caso, casi nunca, de Saer.

Si algo parecen demostrar estos manuscritos, en especial los del volumen que nos ocupa, es la limpidez de los textos que nos ha legado. Es como si no hubiera habido trabajo previo. Claro que lo hubo, pero no se nota.

En este sentido, no es casual que, por momentos, el libro se convierta en una colección de aforismos muy agudos que alguien, en algún futuro no muy lejano, debería cotejar con el Zettel (2009) de Héctor Libertella, y acaso, también con Aveux et anathèmes (1986) de Cioran.

Vaya esta muestra (final) de lucidez como una de las muchas que depara el libro: “Desde hace un siglo y medio más o menos, el vulgo, al que le gustaría ver desaparecer de una vez por todas lo que no comprende, se viene forjando la ilusión de que en el momento menos pensado el progreso técnico acabará con el arte y los animadores de televisión suplantarán a la filosofía”. ¡Chapeau!

© LA GACETA

Marcelo Damiani