Mientras los católicos nos preparamos a dar gracias a Dios por el aniversario de la elección del cardenal Jorge Mario Bergoglio como obispo de Roma y, en consecuencia, como Papa, Francisco se ha retirado, junto a los más altos prelados de la Curia Romana, a una casa cercana a Roma para hacer los ejercicios espirituales anuales. Es la primera vez que ocurre porque antes los ejercicios espirituales de la Curia no suponían la suspensión de las tareas cotidianas sino sólo la asistencia a las pláticas y a algunas celebraciones litúrgicas. El Santo Padre, también en este ámbito -como buen jesuita-, ha puesto su sello particular. Este orar juntos llevará, seguramente, a un afianzamiento de la comunión indispensable para hacer luego más eficaz el trabajo de cada uno en bien de la Iglesia universal.

En este año hemos podido constatar la repercusión mediática de la figura de este Papa que sale de los esquemas tradicionales y se muestra mucho más espontáneo y cercano a los fieles. Ciertamente un año es muy poco tiempo para la evaluación de un pontificado, pero la percepción general es la de una Iglesia más abierta, espontánea y cercana a los hombres y mujeres del mundo, y no sólo a los católicos.

En este aniversario, vienen a mi mente las palabras clave de la homilía de su primera Eucaristía como Papa con los Cardenales en la Capilla Sixtina: caminar, edificar, confesar. No es necesario hacer un largo análisis para descubrir que en ellas se encierra todo un programa que, desde luego, se desplegará a lo largo de los años. El Papa Francisco, en efecto, quiere una Iglesia que camine, que salga de su encierro y alcance todas las periferias existenciales, todos los areópagos contemporáneos donde, como el Apóstol Pablo hizo en su tiempo, el Evangelio de Cristo sea proclamado ya que está destinado a todos los hombres sin excepción.

Al tiempo que camina la Iglesia se edifica, se construye a sí misma como casa de Dios formada de piedras vivas -los cristianos bautizados- fundadas, a su vez, en la piedra fundamental que es el mismo Jesucristo. Como la del caminar, la de la construcción es también una imagen dinámica: una Iglesia que camina y que se construye es una Iglesia en movimiento, no plenamente acabada, sino dirigida hacia la consumación a la que llegará al final de los tiempos, cuando el mismo Jesucristo venga en su gloria a completar la obra por Él mismo comenzada.

Pero, además de caminar y de construir, la Iglesia tiene que confesar. Confesar quiere decir, en el fondo, proclamar su propia fe, dar razón de esa misma fe y de la esperanza en la salvación que Dios nos ha regalado por el sacrificio de su único Hijo muerto por nosotros en la cruz y resucitado por el poder del Espíritu; y se confiesa – no hay que olvidarlo – con la palabra expresamente proclamada y con el testimonio de una vida comunitaria y personal coherente con esa misma Palabra.

Como pastor de esta Iglesia particular quisiera invitar, nuevamente, a todo el Pueblo santo de Dios, pastores y fieles, a hacer nuestro este programa pastoral. Nuestra principal preocupación debe ser la misión y la preparación del Congreso Eucarístico al que abrigamos la esperanza de que asista el mismo Papa.

Mientras tanto avivemos nuestra fe al calor de la oración y del compromiso pastoral y recemos para que nuestro Santo Padre Francisco pueda llevar a cabo la misión apostólica que el Señor le ha encomendado.

En este aniversario..., ¡gracias Santidad por su entrega y ejemplo!