“Cuando la luz del sol empezó a desvanecerse, centenares de aves blancas comenzaron a llegar (...) y una tras otra, se fueron posando sobre las ramas (...) como obedeciendo a un designio desconocido... Parecían copos de nieve (...) en aquel paisaje del trópico… -A usted le puede parecer muy fácil -dijo Pablo Escobar (...)-. No se imagina lo verraco que fue subir esos animales todos los días hasta los árboles para que se acostumbraran a dormir así. Necesité más de cien trabajadores... Nos demoramos varias semanas”.

En el inicio del reportaje Un fin de semana con Pablo Escobar, Juan José Hoyos muestra sutil, pero acabadamente, la brutalidad sanguinaria del zar de la cocaína. Al fundador del Cártel de Medellín le cabían números inhumanos: le atribuían una riqueza criminal de entre 10.000 y 25.000 millones de dólares, y la responsabilidad, directa o indirecta, en el asesinato de entre 10.000 y 25.000 personas, incluidos ministros de justicia, y candidatos a Presidente. Entonces, su entorno moriría por satisfacer hasta su antojo inverosímil de aves blancas. O moriría por no satisfacerlo.

A ese asesino le llegó el beneficio de la banalización del mal. En Tucumán, un intendente es comparado con el bestial narcotraficante, por los concejales que hasta ayer eran sus socios políticos, porque “cree que puede hacer lo que quiera”. Y, antes, el titular de la Sedronar consideró que ese señor de la vida y la muerte en Colombia “era mirado como un Robin Hood en su momento”. Su vida telenovelada es un “boom” en varios países.

El mal, entonces, se diluye. Como pasó con la oprobiosa figura del nazi. Aunque designa a los responsables de la matanza industrial de seres humanos durante la II Guerra Mundial, con el tiempo el calificativo de “nazi” se aplicó indiscriminadamente. Oficialistas y opositores se acusan mutuamente de actitudes y de propagandas nazis. Y no sólo aquí: hasta el movimiento independista catalán es acusado de nazi en España.

Por pura lógica, si cualquiera es nazi, entonces todos los somos. Y si todos lo somos, nadie lo es.

Escobar agradece su banalización. Toda comparación liviana con él acrecienta su colección de criaturas dóciles, que van adonde las llevan.