Esmeralda era tan pequeña. Cabía en un poco más de la palma de una mano. Estaba débil. Su papá quería abrazarla. Aunque no perdía las esperanzas, por momentos pensaba que tal vez podría ser el único y el último abrazo a su diminuta hija prematura. Y sufría por eso. Casi tres meses después, la pequeña fue dada de alta y Patricio Suárez no puede dejar de abrazarla todo el tiempo. “Es un milagro tenerla cada día sobre mi pecho”, dice él.

Esmeralda nació cuando su mamá, Marcela, de 42 años, había cumplido los seis meses de embarazo (26 semanas). La bebé, según la ficha médica, pesaba menos de un kilo y medía 37 centímetros. Con esas medidas, su diagnóstico fue prematurez extrema.

Debería haber nacido el 17 de enero. Pero de un día para el otro, su mamá empezó a tener problemas de presión y el embarazo se complicó. “Corrían peligro las dos; los médicos nos dijeron que había que sacarla. Era mucho tiempo antes, me daba miedo”, cuenta Patricio, recordando el 10 de octubre, día en que su bebé vio la luz e inmediatamente fue a estrenar la nueva sala de Neonatología del del Hospital Regional Miguel Belascuain, de Concepción.

83 días entre cables
Sus pulmones y muchos de sus órganos no estaban totalmente desarrollados. Estuvo 83 días en un ambiente completamente estéril y fue alimentada a través de una sonda (en los últimos meses con la leche que se sacaba su mamá). Medicamentos, oxígeno, reanimación y cariño. Los intentos para que sobreviviera fueron incesantes.

“Había días críticos y angustiantes. A las 72 horas de haber nacido, entró en respirador artificial. La peleó segundo a segundo, estuvo muy mal. Los médicos no nos daban muchas esperanzas. Nos decían que esto era un día a día, que era muy pequeña y que, aunque tenía posibilidades de que todo fuese bien, también había riesgo de infecciones y otros problemas de salud”, relata.

Patricio, de 37 años, es docente en una escuela de Graneros. El y su esposa, que también es maestra, viven en La Trinidad, a pocos kilómetros de Concepción. En la misma casa habitan otros tres hijos adolescentes que tiene Marcela. “Esperamos tanto esta bebé”, resalta Suárez. Todos los días, antes de ir a trabajar, él pasaba por el hospital a verla. Volvía a la tarde y se quedaba hasta la noche. Muchas veces se quedó a dormir.

“No quería hacerme ilusiones, pero era imposible. Rezaba todo el tiempo. Soñaba con verla correr. Y temblaba de miedo cuando venían a darnos el parte médico. Temía que todos esos sueños se derrumbaran en un segundo”, expresa.

El servicio de psicología del hospital los había preparado para un desenlace inesperado. Pasaban los días y Esmeralda resistía. Increíblemente, sus mejillas iban tomando color. La bebé empezó a ganar fuerza y peso. Su latido y respiraciones a veces caían sin aviso, pero se fortalecía cada vez más. “No hubo rutina en esos días. A veces estaba muy bien, después decaía”, detalla Patricio. Confiesa que llegó a perder la noción del tiempo.

“Por suerte, no nos restringieron nunca la entrada a la sala de neonatología. Podíamos ver a la nena a cualquier hora. Salvo cuando se vivía alguna situación tensa, una emergencia, y nos pedían que saliéramos un rato”, describe. De regreso a la sala, los invadía el silencio profundo. No había lugar para preguntas. Patricio iba rápido a ver a su hija, quería asegurarse de que el pecho se moviera. Y entonces volvía la tranquilidad.

La mimada
Esmeralda duerme plácidamente en su moisés desde el 31 de diciembre. Es colorada y siempre, cuando está despierta, una sonrisa se dibuja en su rostro. Es tranquila. Y muy mimada: le encanta dormir en la cama de mamá y papá. Patricio la mira enamorado. Todavía no lo puede creer. “Su pierna era como un dedo pulgar. El pañal más chico que se consigue le llegaba al tobillo. Mire lo que es ahora mi princesa”, dice, contento porque ya le está empezando a ajustar el talle OO.

Al primer mes de vida, la bebé llegó con 1,2 kg y a los dos meses con 1,6 kg. Ahora cumplió tres meses, alcanzó los 47 cm de largo y pesa un poco más de 2.200 gramos. “Le estamos haciendo todos los estudios y, por ahora, no se notan secuelas en su organismo. Tenemos mucha fe. Y somos conscientes de que todos los procesos en ella van a ser más lentos. Es como que ella recién hubiera nacido porque sus primeros meses se dedicó a sobrevivir, no a crecer”, resalta el padre. Se declara enormemente agradecido por el trato que recibió su hija y su familia en el hospital.

Patricio nunca creyó en historias de superhéroes. Pero ahora tiene su propia heroína: “por todo lo que pasó, es una gran luchadora. Ella se aferró a la vida y salió victoriosa en esta batalla contra la muerte. Nunca nadie me había dado una lección tan fuerte como Esmeralda”.