Esa tonada bien norteña le costó dividir bienes en su apodo. Si está en el Norte, Matías Carabajal será “Moro”, y si está en el Sur, supongamos Buenos Aires, lo llamarán “Morro”. Temas de pronunciaciones, digamos. Igual, si a este tipo hay algo que le sobra es humor, en las buenas y también en las malas, jura luego de sufrir y gozar de un semestre importante en Atlético. “Terminamos bien, felices”, atina a decir. Punto.
Hoy es como que está en otra. “No, no lo estoy; me toca disfrutar cada segundo con mi familia. Lo es todo para mí”, confía, como quien debe una docena de Padrenuestros por fechorías impagas, un Matías suelto de lengua, que también revela su raid turístico en estas vacaciones: “De Buenos Aires a Córdoba y después vendrá Jujuy, Fraile Pintado, precisamente”.
Su paso por la Ciudad de la Furia fue por temas empresariales. Fue a dar una mano a Dolce Amaretto, la heladería que tiene en Caballito junto a un ex compañero de Ferro. “Con una semana allá basta; vine a controlar nomás, y vamos bien, por suerte, je”, se ríe quien hace honor a la frase “en casa de herrero, cuchillo de palo”. Ni a ganchos Carabajal preparará un cucurucho. Es un patadura en el arte de construir una pirámide helada con sólidos cimientos: “No puedo, yo soy para preparar en cantidad”.
Haciéndose cargo de sus limitaciones, “Morocho” resume su vida al estilo de una montaña rusa, por el vértigo que significa montarse a un carrito y lanzarse a la suerte de Dios. “Es que por poco no soy militar”, reconoce desde La Calera, donde está con todos los suyos.
¿Cómo es eso? Sus hermanos, Luciano y Mauricio, el anfitrión de la Navidad en Córdoba, están en la Fuerza Aérea. Uno es abogado (y vive en Tucumán) y el otro controlador de espacio aéreo. “¡Y yo soy futbolista, ja, ja, qué alegría! Por poco no caigo yo también ahí”, se ríe del rigor de sus hermanos. “Si hasta los 19 no debutaba, chau, adentro, a ordenar mi vida”, reconoce este fanático de la pesca.
“Ojo, soy bien básico, pero con la mojarrera te pesco lo que sea, ja”, jura el dueño del mediocampo “decano”. En cierta forma, Carabajal compara su trabajo y su hobby: Pesca en ambos, dice con la seguridad de un alfil de guerra.
La gira pronto proseguirá a las tierras que lo vieron crecer y también zafar de la FF.AA. Antes, hay cosas por hacer en La Docta. “Pescar, ir al río, estar en la pileta, pescar, ir al río”, dice “Moro”, en una tormenta de carcajadas. “Es que la estoy pasando bárbaro. Fue duro el semestre, pero muy positivo. Estamos ahí”, dice, y con eso marca la zona de ascenso directo al fútbol de Primera. Ese es el principal objetivo, y él cree que es posible. “¡Claro!” De fondo se escucha un llamado. Es para “Moro”, cuya agenda social está inundada de acontecimientos. Cada hora compartida con los seres queridos vale como la eternidad misma, sabiendo que pronto habrá que volver a la realidad del laburo cotidiano. “No me quejo, hago lo que me gusta. Y creo que Luciano y Mauricio también hacen lo mismo. Cada uno tuvo suerte. A mí, en realidad me falta. Espero algún día ser el ‘Gran Moro’, ja, ja”. Fin.