Nelson Goerner es uno de esos artistas que generan ovaciones espontáneas en la platea. No tanto por su virtuosismo -que lo tiene en grandes dosis- sino sobre todo por la comunicación que establece con el público. "La música tiene un mensaje tan trascendente que no puede ser guardado. Hay que darlo a conocer", afirma.

De hablar pausado, pero con frases contundentes, este pianista argentino radicado en Ginebra acaba de ofrecer un concierto de alta densidad en el teatro Coliseo, de Buenos Aires. Esta noche le toca encantar al San Martín. "Voy a interpretar el mismo programa: la Fantasía en Fa menor y la Balada N°3 de Chopin, el primer libro de Imágenes y La isla alegre de Debussy y la monumental y postrera Sonata D.960, de Schubert. Son piezas que me conmovieron siempre y que tienen un gran contraste. Sobre todo la obra de Debussy", señala.

En diálogo telefónico con LA GACETA, Goerner habló también del rol "salvador" de la música y de la urgente necesidad de espiritualidad que demanda nuestra sociedad.

- Esta vez vendrá a Tucumán con un programa contundente. ¿Cómo fue la elección del repertorio?

- Es un programa que abarca distintos estilos y que muestra la dualidad de los compositores. Por ejemplo: con las obras de Debussy me gustaría que la gente perciba las dos facetas de su genio. Una, muy evocativa (Imágenes) y otra, extremadamente alegre (La isla alegre). De hecho, la alegría no es una expresión muy frecuente en la música clásica y esta pieza, en particular, tiene una energía muy solar, casi primordial.

- Pero la obra de Chopin también es de una gran contundencia...

- Sí, claro. Fantasía... ofrece una gran complejidad interpretativa, porque no contiene solamente momentos de introspección, sino que de golpe pasa a momentos de gran apasionamiento casi sin transiciones marcadas. Son momentos casi heroicos que dan la impresión de gran ampulosidad. Por eso requiere de un abosluto dominio del teclado, para conseguir esa movilidad de un momento al otro.

- A pesar de vivir en Ginebra siempre mantuvo contacto con el público argentino. ¿Le pesa el desarraigo?

- Cuando me fui a Europa era muy joven, tenía apenas 18 años. Pero siempre tuve en claro que seguiría tocando aquí. Este es el país donde me formé, de manera que estoy muy ligado a este público. Además, a través de los años, me he encontrado con personas que han seguido mi carrera con gran interés. Entonces me debo a ellos. Y eso hace que cada vez que vengo a tocar lo disfrute mucho. Tal vez por esa vuelta a las raíces, mis conciertos alcanzan un peso emocional aún mayor. Y busco dar lo mejor de mí siempre, de ser fiel a los sentimientos que la música genera en mí.

- ¿Tocar en el interior alivia ese peso emocional?

- En realidad es siempre igual, cualquiera sea el escenario. Porque en un concierto lo que importa es la música, no el lugar. La música es, en esencia, comunión. No obstante, creo que en el interior hay un público muy receptivo que me hace sentir muy bien. Tucumán es un ejemplo de ello. Siempre que toqué en Tucumán me sentí muy cómodo.

- ¿Cree que la música nos salva?

- Claro que sí. El arte en general es lo que nos ayuda a asumir nuestro destino en el mundo. Tiene una carga espiritual que nos ayuda a crecer. Y es justamente eso lo que me interesa mostrar en cada concierto, más allá de que sea impecable. Porque estamos muy necesitados de esta espiritualidad. Vivimos en una sociedad orientada al consumismo desmedido y eso se filtra a veces en el arte. Pero el arte no tiene nada que ver con ese mundo material. Por el contrario, ejerce su función salvadora, siempre que esté libre de cualquier atadura material.

ESTA NOCHE

• Desde las 22 en el teatro San Martín (avenida Sarmiento y Muñecas).