Comúnmente lo han llamado el padre de Matías. Pero no. Fernando Sendra, el humorista gráfico que hace ya 20 años le da existencia al niño de rulo largo y ombligo al aire, dice identificarse más con la mamá de Matías, esa voz que sale siempre de un cuadro vecino, de un cuadro que nunca se dibujará. "Me reconozco en ella no en tanto mujer, sino como adulto", aclara, para luego admitir que, en verdad, encuentra espejos suyos en casi todos los personajes que se le arremolinan en la punta del lápiz. Sobre ellos, sobre sus comienzos y sobre las bambalinas del humor conversó con LA GACETA en una charla telefónica antes de su visita a Tucumán, el jueves:
- ¿Cuándo decidió que quería ser humorista gráfico?
- Es una cuestión que se fue dando como una confluencia de dos situaciones. Por un lado, yo estudiaba dibujo en la Escuela de Bellas Artes, pero siempre decía que no quería ser artista, lo que me llevaba a pelearme con los profesores. Me daba cuenta de que había una contradicción, y era que no quería ser artista de caballete, pero tenía que pasar por la escuela para aprender dibujo. Por otro lado, yo escribía y aunque intentaba escribir serio me salía el humor. Esas dos rutas en algún momento se juntaron. Además, era una época (comienzos de los 70) en la que había mucho fervor por el humor, sobre todo tras la aparición de la revista Satiricón y la contratapa de Clarín, con una amplia oferta de tiras argentinas.
- ¿Es verdad que antes de lanzarse como historietista manejaba una fábrica de cintos?
- ¡Sí, y nos iba muy bien! Vendíamos cinturones hasta en Tucumán (risas). De esa experiencia aprendí mucho porque yo era excesivamente tímido. La genética de mi familia está relacionada con el comercio y, si bien lo tímido me hacía ser retraído, esto de salir a defender la venta y ofrecer mercadería en los negocios me enseñó mucho a mis 19 años. Lo de los cinturones me gustaba mucho porque la moda combina la cosa creativa con la realización manual, mezcla que también tiene el humor gráfico, es decir que esos eran dos componentes de mi personalidad que ya estaban presentes. El negocio no era tan ajeno a mí.
- ¿Cómo definiría la clase de humor que hace? Algunos lo llaman humor blanco.
- Aún lo trato de definir. Hay algo importante en el humor, que es la confesión: cuando uno hace un humor que lo satisface, es porque dijo algo que tenía escondido adentro.
- Sus cuatro hijos le dieron letra para los comienzos de "Yo, Matías", ¿en qué se inspiró una vez que crecieron?
- Hay una suerte de inercia: yo actúo el personaje y también el de la madre, aunque tengo que reconocer que en los últimos años actúo más el de la madre. Pongo más énfasis en las contradicciones del adulto que en las dudas del niño. Una abundancia de nietos no me molestaría (ríe), pero creo que esa inspiración no tiene que ser buscada, sino que debe darse de forma natural. No me siento obligado a sostener el personaje.
- Cuando un personaje crece tanto como Matías, ¿el autor corre peligro de cansarse de él?
- Es muy probable, pero también está en uno encontrar las brechas para cambiar de personaje. Matías empezó en una tira cuyo protagonista era Prudencio y le ganó el lugar porque ya no quería hacer Prudencio. Cuando me canso de Matías voy con la madre, el psicoanalista, la cucaracha o la maestra, en tiras en la que quizás Matías aparece como figura, pero la problemática es de otro.
- ¿Cómo se prepara para trabajar sobre la actualidad?
- Lo principal es tener un interés auténtico por el tema, que haya no sólo una lectura de diarios sino también que se haga con pasión y mantenerla durante muchos años. Hay que hacerlo sin la necesidad de publicar y algún día, como resultado de ese bagaje, se empieza a tener una opinión propia sobre los temas. Sería imposible conseguir lo mismo si uno lee el diario e inmediatamente quiere hacer humor. Además, hay que confiar en nuestra opinión, saber que uno puede sacar conclusiones propias.
- El humor sobre la realidad, ¿debe hacer reflexionar?
- A mí me hace reflexionar. No trato que un juego de palabras sea sólo cómico sino que además refleje lo que pienso, que responda a mi pensamiento auténtico.
- ¿Hay alguna receta para mantener la originalidad?
- La experiencia, el ejercicio muy cotidiano, que hace que uno tenga muchos mecanismos disponibles al trabajar.