En la casa de Jorge Tobar, de 77 años, una de las habitaciones está destinada a albergar una mesa de 8 x 2 metros en la que él construyó su propio universo. Un minimundo con montañas hechas de papel higiénico y trapos viejos, iglesias de cartón, metrópolis de telgopor con personitas de plomo, semáforos y alumbrado público. Todo esto comunicado por trenes que circulan a través de una red de vías en miniatura. "Construir esto requiere más voluntad que dinero, porque casi todas las cosas fueron hechas por mí", revela.
Tobar es uno de los tantos modelistas que no se conforma sólo con manejar sus modelos a escala desde el radiocontrol, sino que también los produce él mismo. Estos constructores por naturaleza se resisten a los "kits para armar" y diseñan cada una de las partes de sus trenes -el caso de Tobar-, aviones o barcos. Para encarar esta tarea, no sólo se requiere de tiempo, paciencia y decisión. Se necesita poseer múltiples conocimientos de electrónica, carpintería, física, mecánica y electricidad entre otros. Luego es preciso contar con la habilidad manual para hacer el modelo.
"Desde niño fui seducido por los trenes. Mi padre era jefe de los Talleres de Tafí Viejo", recuerda Tobar mientras observa el complejo ferroviario en miniatura que comenzó a armar en 1976. Hoy cuenta con aproximadamente 200 metros de vías en las que 30 trenes -con 80 locomotoras y 400 vagones- se deslizan atravesando campos, montañas, seis puentes, ríos, un lago, túneles, una estación, un galpón de locomotoras y varias ciudades. Un universo poblado por más de 1.500 diminutos habitantes y animalitos de plomo.
"Está todo realizado a mano. Hay gente que tiene cositas mejores, pero compradas", afirma. El complejo está diseñado de acuerdo a las normas de calidad IRAM. Los trenes están en una escala de uno en 87 y la medida del ancho entre rieles es de 16 milímetros.
Aparte de las formaciones, el complejo tiene otros detalles. Un Cristo ubicado en una montaña, un funicular que asciende y desciende desde el mismo cerro, un molino de aspas giratorias, un cruce de barrera con su respectivo semáforo funcionando y una grúa para cargar los vagones son algunos de los elementos mecánicos que le dan vida a este diminuto mundo.
Aeromodelistas, ferromodelistas y modelistas navales -constructores de aviones, trenes y barcos, respectivamente- coinciden en que modelos son aquellos que vuelan, corren o navegan. Si no, aseguran, son sólo maquetas. Modelista para ellos es aquel capaz de desvelarse en un taller con el sueño de dar vida a su modelo. Tobar resume esa idea: "esto es parte de mí. Lo comparo con escuchar música. No es lo mismo una grabación de otro que agarrar un instrumento y sacar un poquito de música de uno".
Una piscina es como el mar para un barco en miniatura
"El saber no ocupa lugar", es la frase de cabecera de Juan Castro. Y es coherente con su filosofía: el hombre es técnico en electrónica, fotógrafo, piloto de avión, músico -toca el violín y la guitarra-, artista plástico y, como si fuera poco, construye modelos de barcos a escala. "Cuando el barco navega es una gran satisfacción -cuenta Castro-, pero lo que más disfruto es lo anterior, el trabajo en el taller. Por eso ninguna pieza es comprada, todo está construido por mí". Algunas piezas, incluso, son objetos domésticos transformados. Un tachito de rollo de fotos se convierte en un tanque de agua, los alfileres en minúsculas palancas en la cabina de la nave; unas viejas agujas de madera para tejer se transformaban el mástil del barco. A sus 61 años Castro lleva construidos más de 10 barcos, tardando un promedio de tres años en la fabricación de cada uno. Entre ellos cuenta con veleros, remolcadores, pesqueros, cruceros, yates y rompehielos. Todos construidos en una escala de uno en 20 y manipulados a través de un radio control. "Cuando era niño mi padre me regaló una lanchita de 1925 que mi abuelo le había regalado a sus seis años. Ahí empezó mi pasión- recuerda-. Aún hoy, cuando viajo, agarro el termo y el mate y me voy a recorrer los puertos. Me gustan los barcos. Me gusta el mar".
El vuelo comienza con el primer trazo en el boceto
Carlos Quiroga afirma que lo mejor que le puede pasar a una mujer es tener un marido apasionado por la construcción de aeromodelos. "Jamás nos tienen que buscar ni en el bar ni en el casino porque al único lugar que vamos es a nuestro taller, que en general está en casa", bromea. Todo comenzó cuando en una revista leyó las palabras claves "plano para armar". A partir de ese momento no dejó de construir. Quiroga es responsable de la realización de cada una de las piezas del modelo, desde el plano hasta la construcción de las plantillas de las costillas del ala. Por lo tanto de él depende el éxito o no al momento del vuelo. "Actualmente se consiguen las partes por separado, equipos para armar o modelos listos para volar -comenta-. Sin embargo yo prefiero construir todas las piezas e incluso elegir los colores del avión y pintarlo". Cada uno de los aeromodelos pertenecientes a la flota de Quiroga demandó alrededor de tres meses para su realización, algunos de ellos resultaron ganadores en su categoría -guardia vieja radio asistida- de torneos Nacionales de Aeromodelismo. "Esto es algo que requiere mucha dedicación -cuenta-. Lo que a mi más me gusta es el compromiso que hay entre el resultado final, que es el vuelo y el trabajo en el taller".