El Evangelio de este domingo nos habla acerca de la oración. La oración es hablar con Dios, acercarse al Señor, rogar al Padre... Jesús nos alienta hoy a mantener esta relación con Dios con pleno convencimiento: "Quien pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre". Con insistencia, con constancia, hasta con inoportunidad.

Muchos no rezan porque les resulta difícil. Tengamos en cuenta que al Señor le agrada más que las palabras nuestra amistad: contarle nuestros deseos, alegrías y problemas, pedirle ayuda, consejo, amor, manifestarle nuestro cariño, acompañarlo con el afecto de nuestro corazón; darle gracias; hacer examen de nuestra conducta; pedir perdón; conocerle más, para enamorarnos más, conocer mejor su voluntad sobre nuestra vida... y, sobre todo, escucharle -el Señor quiere hablarnos poniendo inspiraciones y afectos en el alma sosegada y recogida que de verdad desea escucharle.

La oración requiere esfuerzos para concentrar todas nuestras potencias -memoria, imaginación, entendimiento, voluntad- en Dios y aislarnos del 'ruido', fantasías, pensamientos inoportunos y preocupaciones mundanas o egoístas que nos distraen de Él. "Tú cuando ores, entra en tu habitación y cerrada la puerta ora a tu Padre" (Mt 6, 6). Requiere, también, de humildad como la del publicano que fue a orar al templo reconocedor de su indignidad: "Os digo que éste bajó a su casa justificado y no aquel" (cfr. Lc 18, 9-14).

"La oración es el reconocimiento de nuestras limitaciones y de nuestra dependencia: venimos de Dios, somos de Dios y retornamos a Dios. Por lo tanto, no podemos menos de abandonarnos a Él, nuestro Creador y Señor, con plena y total confianza. La oración es ante todo un acto de la inteligencia y de la voluntad, un sentimiento de humildad y de reconocimiento, una actitud de confianza y abandono en Aquel que nos ha dado la vida por Amor. La oración es un diálogo misterioso, pero real, con Dios; un diálogo de confianza y de temor" (Juan Pablo II, Aloc. 14-3-79).

Reflexionemos
Jesús nos enseña a orar y nos anima a pedir, confiando en que recibiremos lo que pedimos: "Vuestro Padre Celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan...". Pidamos en la oración -para nosotros y nuestros seres queridos- el bien más grande que una persona puede obtener en esta vida: el don del Espíritu Santo y la gracia de la conversión del corazón.