Montar un espectáculo musical siempre es un desafío, tanto en el cine como en el teatro; pero cuando (como en este filme) la producción adquiere proporciones descomunales, las complicaciones se multiplican y el reto se agiganta. Y más aun, si no sólo se trata de una historia interrumpida de tanto en tanto por una canción o un número de baile, sino de un libreto en el que prácticamente todos los parlamentos son cantados.

El director Tom Hooper resuelve los rubros técnicos con envidiable solvencia y acierta al elegir un elenco de muy buenos actores quienes, además, logran interpretaciones musicales de gran nivel. Sin embargo, el relato (extenso, de a ratos farragoso) no mantiene la intensidad dramática a lo largo del metraje y no consigue emocionar al espectador.

Como en todo musical, hay números diseñados y fríamente calculados para pulsar las fibras sensibles del público, y hay tramos en los que el discurso musical es más que suficiente para atrapar al espectador. Pero como la narración sufre algunos tropiezos, las dos horas y media de proyección terminan por agobiar hasta al mejor predispuesto de los espectadores.

No puede dejar de señalarse el muy buen nivel de la fotografía (si bien de a ratos la oscuridad deja de ser un recurso expresivo y se convierte en un problema), de la puesta en escena de las secuencias con participación de centenares de extras y de la reconstrucción de época; pero falta ese imponderable que amalgama todos estos componentes virtuosos y eleva a la propuesta por sobre el nivel de un producto correctamente realizado aunque no del todo logrado desde el punto de vista artístico.

Hay muy buenos momentos, sin embargo; uno de ellos es sin dudas la excelente interpretación en un descarnado primer plano que hace Anne Hathaway de la canción "I dreamed a dream" ("Tuve un sueño"). Ese tramo del filme (además de justificar el Oscar a la mejor actriz de reparto para Hathaway) demuestra cómo se puede cargar de dramatismo un pasaje musical a puro talento.