Por Denise León - Para LA GACETA - TUCUMAN

-La novela de la poesía es como un hilo que se pliega alrededor de sí mismo: un nudo de presencias, un centro de ausencias. Ese vacío que roza el lenguaje: ¿se sufre o se celebra?

-Se celebra, por favor, se celebra. El sufrimiento no es un sentimiento productivo, uno lo vivencia a veces porque no le queda otra, porque es humano, desde ya, pero no creo que se pueda escribir desde ahí. Las ausencias vivenciadas como melancolía para mí no producen poesía. Creo que los momentos de productividad, hasta en el caso de los poetas más supuestamente melancólicos, como Gerard de Nerval, como Alejandra, los que incluso llegaron a suicidarse, escribieron en momentos, llamémoslos celebratorios, donde pudieron zafar un rato de ese sufrimiento. Tomo a Deleuze cuando dice que no se escribe con la enfermedad sino con la salud, y digo que no se escribe con el sufrimiento sino con la celebración, sería lo mismo. Para Deleuze el escritor es médico de sí mismo.

-En los ensayos de Historias de amor (2.000) trabajás la idea de que la poesía tarde o temprano tiene que vérselas con la muerte ¿Qué pasa cuando quedamos huérfanos después de los 40? Porque a nadie se le ocurre que uno pueda ser huérfano a los 50 y sin embargo lo es, ¿no?

-Bueno, justamente esto se une con lo que te decía recién de la productividad. En Duelo y melancolía Freud insiste con que los duelos, cuando se cursan bien, es decir, cuando se logra por fin soltar al objeto duelado, tienen como compensación, como regalo, la producción de algo que suple a ese objeto. Él mismo confiesa que le debe el descubrimiento del psicoanálisis a la muerte de su padre, al duelo que tuvo que cursar. Entonces, si la poesía tiene herramientas para vérselas con la muerte, las tiene que tener también para poder decir algo acerca de la orfandad, no algo quejoso, melancólico, sino algo que todavía nadie haya dicho de esa manera, algo que sorprenda. Y eso se puede escribir a cualquier edad, no hay edad para sentirse huérfano y tampoco hay edad para escribir.

-En un fragmento de sus Diarios, John Cheever anota: "Y los hombres tristes, los solitarios, los malcasados se arrodillan en garages, cuartos de baño y moteles y piden a Dios que los ayude a comprender su necesidad de amor. Son todos ateos (…) ¿ Por qué esos hombres, adultos e inteligentes, se comportan de manera tan ridícula? Es como si el dolor los obligara a arrodillarse". ¿Te parece que la poesía puede ser un modo posible de arrodillarse ante la muerte?

-No me gusta el término arrodillarse, debe ser porque soy judía (y atea, por supuesto) Tal vez lo que sí haya es una humildad que tiene que tener la poesía para meterse con la temática de la muerte, la humildad de saber que no hay palabras que puedan asirla, que es lo indecible mismo y sólo desde ese "yo no sé" se va a poder tal vez decir algo sobre la muerte. Si querés llamar a eso arrodillarse, puede ser, yo prefiero el término humildad pero, ojo, tampoco la pavada, no como una especie de entrega total a algo superior sino como una ignorancia.

-"En el comienzo, está la ficción" afirma Derrida, desnudando la operación que realizamos cada vez que decimos yo o nosotros y reinventamos un relato que nos incluye dentro del mundo. ¿Qué sentido tiene para vos esto de reunir tu poesía como si fueran "capítulos" de una novela?

-Es muy raro. La gente lee mi Poesía Reunida buscando ese efecto, debe ser por el título de la obra que en realidad responde al libro inédito que incluí en el tomo. Pero siempre me llamó la atención que mis libros funcionaran como algo medio novelesco, los críticos se iban refiriendo a cada uno en términos medio de ficción, tipo "el libro de los abuelos" o "el libro de la madre" o el libro donde "aparecen los amigos", como si se tratara de personajes de una ficción autobiográfica que van desfilando. Se ve que algo quiero novelar cuando escribo poesía, algo muy íntimo, pero que al mismo tiempo también tiene muchas ganas de despegarse de mi propia historia personal, de transformarse en una historia compartida, que los lectores se identifiquen un poco, que sepan de qué estoy hablando pero manteniendo la singularidad, sin transformar el texto en una telenovela (porque en poesía también hay telenovelas, no te creas que no…). Obviamente no tengo idea de si ese efecto se logra, ojalá que sí…..

-En general se ha vinculado tu trabajo con una zona específica de la poesía latinoamericana contemporánea: la del neobarroco. ¿Formás parte o te sentís parte de algún movimiento literario argentino o latinoamericano?

-Sí claro, yo reconozco y reivindico haber formado parte de un movimiento que fue llamado por la crítica neobarroco y que después uno de nuestros compañeros de ruta, el poeta Néstor Perlongher, rebautizó como neobarroso dándole una impronta más local, más barrial, más rioplatense. Entre las grandes cosas que para mí tuvo el neobarroco reivindico la capacidad de tomar distancia tanto del tipo de estética que por ese entonces se daba en llamar "realismo socialista" que pedía un poema comprometido, referenciado hacia un objeto social, como de la del abstraccionismo-metafísico, esa tendencia neutral -"blanquita" lo llamaría ahora- que dominaba a otra parte de la poesía (sobre todo la argentina) y que era, entre otras cosas, rabiosamente anticoloquial. En ese sentido el neobarroco-neobarroso fue una opción interesante con la que yo me identifiqué. Pero lo que sirvió en una época no puede servir para siempre, porque corre el riesgo de transformarse en un dogma anquilosado, que es justo lo opuesto a lo que quiso el movimiento cuando surgió. Por eso yo, siguiendo el ejemplo de Perlongher que supo mover de lugar el dogma cambiando la nominación por una letra, me animo a cambiar otra letra para referirme ahora al neoborroso, un nuevo ajuste que busca borronear los dualismos. Porque si la cosa vuelve a dirimirse peligrosamente entre forma y contenido o entre hermetismo y claridad, o nos retrotraemos a la perimida polémica Boedo y Florida, tenemos la obligación de intentar borrar de nuevo los binarismos. No podemos quedarnos pegados a algo que funcionó en su momento pero que hoy, tomando en cuenta lo que producen las nuevas generaciones, ya quedó atrás.

© LA GACETA Denise León -

Doctora en Letras e Investigadora del CONICET. Autora de La historia de Bruria, tesis doctoral dedicada a la obra de Tamara Kamenszain y Ana María Shua.

Perfil

Tamara Kamenszain nació en Buenos Aires, en 1947. Poeta y ensayista vinculada al Neobarroco latinoamericano. Ha intercalado la publicación de sus libros de poemas con el ejercicio crítico. Entre otras distinciones ha recibido el Primer Premio de Ensayo del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y la Beca Guggenheim. Sus obras fueron traducidas, parcial o totalmente, al inglés, francés, alemán y portugués. Adriana Hidalgo publicó su poesía reunida bajo el título La novela de la poesía (2012).


El eco de mi madre 

Por Tamara Kamenszain


No puedo narrar.

¿Qué pretérito me serviría

si mi madre ya no me teje más?

Desmadrada entonces me detengo

ante un estado de cosas demasiado presente:

ser la descuidada que la cuida

mientras otros la descuidan por mí.

Son personas que me sobran

y la gramática se torna un escándalo

cuando ella que olvidó las palabras

adelanta su bebé furioso

con el fin de decirlo todo

aunque no se entienda nada.