Un grito aislado. Cientos de miradas aterradas. Más gritos. Corridas en direcciones opuestas. El ruido de las persianas bajando bruscamente. La secuencia se repitió ayer varias veces en las peatonales, con familias enteras como rehenes. El ritual de elegir y comprar regalos quedó sepultado bajo la bronca, el pánico y la confusión.