"Ahora me he convertido en La Muerte, Destructora de Mundos", fueron las palabras que pronunció el destacado científico Robert Oppenheimer, director del laboratorio Los Álamos, que llevaba adelante el proyecto Manhattan, inmediatamente de comprobar los pavorosos resultados de la primera bomba atómica (de laboratorio) en el desierto de Nuevo México, en Alamogordo, Estados Unidos.
Esas palabras eran las que había leído en una escritura india, el Bhagavad Gita. El equivalente actual a U$S 150.000 millones fue el costo del proyecto para lograr resultados antes que la Alemania nazi lo hiciera, ya que se suponía que estaban en ese camino; desde dos meses antes estaba rendida.
Esa primera explosión de una bomba atómica, el 16 de julio de 1945, culminó el esfuerzo y el trabajo de 150.000 personas del proyecto Manhattan, mantenido en extremo secreto en plena Segunda Guerra Mundial. Otras dos bombas (una de plutonio, igual a la ensayada, y la restante de uranio) se embarcaron inmediatamente con destino a la zona de base de las operaciones contra Japón.
La Carta fundacional de la ONU había sido firmada por 51 países el 26 de junio, apenas veinte días antes. Hablaba del "flagelo de la guerra que dos veces durante nuestras vidas ha infligido a la Humanidad sufrimientos indecibles". Con el fin de la guerra en Europa, faltaba Japón, que estaba literalmente ya condenado.
Cerca de Berlín (Potsdam), entre el 17 de julio y el 2 de agosto, en una conferencia se reúnen William Churchill, Harry Truman y Josef Stalin. El Presidente norteamericano que sucedió al fallecido Franklin Roosevelt, recibe en clave la noticia de que el experimento de Alamogordo del 16 había sido exitoso. Razón más que suficiente para darse cuenta de que llegaba la hora de la "prueba de campo"; esto es, del lanzamiento efectivo de las dos bombas atómicas que se alcanzó a construir. Casi setenta ciudades japonesas venían siendo bombardeadas en oleadas de los enormes B-29 cuatrimotores de hélice, lanzando bombas incendiarias.
El ultimátum
Desde Potsdam, el 26 de julio de 1945, el mensaje era definitivo. "Intimamos al Gobierno japonés a ofrecer desde ahora la rendición incondicional de todas las fuerzas armadas japonesas y a dar en tal contingencia garantías apropiadas y adecuadas de buena fe", se escribió.
Lo suscribían en una ceremoniosa introducción: "Nosotros, Presidente de los Estados Unidos de América, Presidente del Gobierno Nacional de la República de China y Primer Ministro de la Gran Bretaña, representando a centenares de millones de nuestros compatriotas, conferenciamos y convinimos que debe darse una ocasión al Japón para poner término a la presente guerra".
Adviértase que en el ultimátum no se incluye a Stalin, porque la URSS todavía no le había declarado la guerra a Japón. Recién lo hizo el 8 de agosto.