¿Qué tienen en común unos cajones de cebollas con una prenda de vestir? Mucho para algunos y poco para otros. En esa pregunta también debería incluirse a algunos frutos, a la cochinilla (un insecto) o algunas algas y minerales. Es que la vuelta a los orígenes, cuando se utilizaban tinturas naturales con lo que se tenía a mano y materiales que nos daba la naturaleza, ya es un hecho.

Esta conciencia ambientalista no es nueva en la moda. En 2010, el Fashion Institute of Technology expuso la historia del movimiento verde o ecomoda en una muestra en la que se incluían 100 prendas, como un vestido de seda y brocato del siglo XVIII, hecho a mano con larvas de gusanos de seda. Esta tendencia, que genera productos que respetan la naturaleza y que vincula a empresas con la energía renovable, tímidamente se infiltró en desfiles paralelos a los más importantes circuitos. Por ejemplo, desde 2005 el Ethical Fashion Show (se realizará del 6 al 9 de septiembre en París) reúne diseñadores preocupados por el medioambiente, el uso de las habilidades ancestrales y la defensa de las condiciones de trabajo.

En Argentina las propuestas más verdes provienen del reciclaje, que implica un ahorro energético importante. Por ejemplo, la marca 12 NA desarma prendas viejas, cambia su morfología y crea piezas únicas. Desde hace 20 años, Josefina Luna, una artista tucumana, insiste en proteger lo primitivo de la materia. Utiliza nueces, cebollas o algarrobo para teñir el algodón (según ella, se va haciendo más suave a medida que roza la piel).

Lejos de querer dar una lección moralista, la intención ecológica tiene como ventaja la exclusividad de tener prendas únicas y 100% a favor de tu piel. El problema se presenta en la lucha desigual entre los grandes monstruos de la industria y el diseño artesanal. ¿Qué porcentaje de productos verdes tiene tu guardarropas?