Este es el Domingo llamado "Laetare", es decir "de la alegría". Esto explica que la alegría inunde toda la liturgia de este cuarto domingo de Cuaresma. Quizá alguno se pregunte con extrañeza: ¿pero es posible la alegría en un mundo como el nuestro y en una vida como la mía? La liturgia nos responde que sí. Y nos da el motivo, el único que puede darnos la alegría verdadera: "Dios nos ama. Dios te ama". ¡Dios me ama! No existe una proposición más sencilla. Pero encierra el pensamiento mayor que el hombre puede tener: Dios y el hombre y, entre ellos, ¡amor!

También podemos preguntarnos: si tanto me ama Dios, ¿por qué mi vida está tan llena de resentimientos, de amarguras, de desilusiones? ¿No es el momento de pararnos en este tiempo cuaresmal y volver a pensar a qué Dios adoramos? En la respuesta nos encontraremos con nuestra propia tibieza, uno de los mayores y más frecuentes obstáculos en el amor de Dios. La tibieza o pereza espiritual es una cierta tristeza por lo cual el hombre se vuelve lerdo para realizar actos espirituales a causa del esfuerzo que comporta.

La tibieza es el sepulcro de la vida interior. "Conozco tus obras: no eres frío ni caliente ¡Ojalá fueras frío o caliente! Dios Nuestro Señor busca a los pecadores con solicitud y los recibe con ternura cuando se convierten; pero al tibio no le puede sufrir en su presencia; este le provoca náuseas. "Por eso, porque eres tibio estoy por vomitarte de mi boca" (Apoc 3, 15-16).

Reflexionemos

Si no encontramos alegría en nuestra vida la causa no está en Dios, sino en nosotros, en nuestra pereza espiritual, que nos impide elevar el corazón a Él. Si lo hiciéramos con frecuencia, y con amor filial, entonces sí descubriríamos la inmensa fuente de alegría y de amor que es Dios Uno y Trino, y de ese modo, toda nube oscura desaparecería del horizonte de nuestra vida. El tiempo de Cuaresma es un tiempo propicio para hacer esta tarea espiritual.