La butaca reclinada, cientos de papeles y notas entre las manos, y una perspectiva de cuatro horas de viaje hasta Boston, donde a las 14 de ese viernes 16 de septiembre iba a concretarse la cita con Avram Noam Chomsky (Filadelfia, 1928) pactada desde Tucumán con 45 días de anticipación. En el viaje, una disyuntiva recurrente: repasar el cuestionario (a esa altura convertido en un catálogo de tachones y garabatos) o contemplar la atractiva transición entre la jungla urbana de Nueva York y la campiña copetuda de la Costa Este.

El salmón

Ciertas encuestas postulan a Noam Chomsky como el autor (vivo) más citado del planeta. Aquel título convive con decenas de calificaciones más o menos antojadizas y contrastables. En 2003, el semanario The New Yorker lo definió como "un tópico obsesivo de internet", tras recorrer los cientos de sitios dedicados a recopilar su existencia y obra, y a desenmascarar supuestos yerros y contradicciones.
A Chomsky lo han llamado "autor de cabecera de Hugo Chávez"; "el crítico más criticado"; "ícono del antiamericanismo"; "la palabra y la mirada imprescindibles"; "embustero"; "provocador"; "abogado del diablo"; "polemista infumable"; "Quijote contemporáneo"; "piedra en el zapato"; "el intelectual más influyente"; "enemigo de los estadounidenses"; "genio"... También es un indudable productor de best sellers (entre propios y colaboraciones, a lo mejor tiene 100 libros publicados), una figura mundial de la cultura occidental, una leyenda, un mito... Y todo por nadar a contracorriente -como el salmón- y por sentirse a gusto ejerciendo de voz de la conciencia de EE.UU.

El orador

"Lengua y política se asemejan en la libertad, pero la conexión entre ambas es muy tenue", precisa Noam Chomsky con reticencia, usando una versión rasgada y casi inaudible del tono de voz suave y monocorde que ha cultivado durante casi 60 años de conferencias, discursos y debates en foros y universidades de los cuatro hemisferios.
Al creador de la gramática generativa no le entusiasma hablar de sí mismo. Hijo de un hebraísta y de una activista, y educado en un hogar judío, Chomsky enseguida apunta que él se interesó en la política mucho antes de penetrar en la lingüística. Detalla que tenía 10 años cuando, impactado por la caída de Barcelona durante la Guerra Civil Española, decidió escribir el primer artículo que recuerda. En ese acto decidió también la inclinación ideológica a la que permaneció fiel de por vida: el anarquismo y el socialismo libertario.

El conocimiento

Como todos los proyectos "deconstructivistas" del juguetón Frank Gehry, el Centro Stata parece una broma o una alucinación. En ese edificio grotesco del célebre Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés) conviven en total armonía el Departamento de Lingüística y Filosofía (Chomsky ocupa la oficina 32-D836), y el Laboratorio de Ciencias de la Computación e Inteligencia Artificial, donde trabaja el inventor de internet, sir Timothy John "Tim" Berners-Lee.
Por fuera, el Centro Stata da la impresión de obra no terminada y al borde del derrumbe. A ese primer efecto le sigue una especie de fascinación por la combinación de formas (puntas, ángulos, semicírculos), colores (gris, naranja, celeste) y materiales (acero, vidrio, chapa, aluminio). El desorden externo se corresponde con un silencio interior casi bibliotecario. En la entrada, un espejo distorsionador -escultura del indio Anish Kapoor- reformula artísticamente la ambigüedad de las percepciones subjetivas planteada por el arquitecto Gehry. Después, imágenes convertidas en gigantografías y pizarrones gigantescos contienen a estudiantes que tipean en sus MacBooks o discuten -tiza en mano- una ecuación matemática ininteligible. El ambiente destila ese entusiasmo universitario por el conocimiento que el cineasta Gus Van Sant retrató en la entrañable película "En busca del destino" (1997).

El imperio

-Usted es el gran cuestionador de las verdades oficiales de EE.UU. ¿Cómo lleva esa tarea?
-Hay muchas cosas que están mal o que no funcionan bien. También es verdad que la política exterior de un imperio generalmente no agrada al resto de las naciones. Por ejemplo, Brasil: su cancillería es bastante aceptable para los estándares internacionales y, sin embargo, lidera una fuerza de ocupación militar en Haití, cosa que es muy destructiva...

-¿Las potencias están llamadas a conflictuar al mundo?

-A menudo ocurre esto: cuanto mayor es el poder, mayores son las atrocidades que este comete. Esa relación proporcional no está presente en el 100% de los casos pero existe una tendencia considerable. Yo no sería muy crítico de la política exterior de Argentina porque... casi no existe.

-¿Cuál es la batalla útil?

-Todo sistema de autoridad en una posición dominante, ya sea en el seno de la familia o en el mundo, tiende a ser abusivo. Y, por ello, debe ser disuelto.

El revolucionario

El desarrollo de la gramática generativa elevó a Noam Chomsky a la categoría de científico revolucionario digno de sentarse a la mesa de Sigmund Freud (inventor del psicoanálisis) y Charles Darwin (teórico de la evolución de las especies por selección natural). En lo esencial, el lingüista puso en tela de juicio la adquisición del lenguaje por el mero contacto social a partir de preguntas como esta: si la lengua es simplemente un comportamiento aprendido, ¿qué mecanismo concede al hablante la habilidad de entender y producir un número infinito de oraciones, incluso aquellas que nunca ha escuchado en su núcleo social?
Así llegó Chomsky a formular que el lenguaje se originaba en la biología, que era un mecanismo mental incorporado -y no la conducta social- lo que permitía al ser humano adquirir, usar y entender la lengua. Para muchos especialistas, la lingüística moderna comienza con la publicación, en 1957, de "Estructuras sintácticas", obra en la que Chomsky planteó los postulados de la gramática generativa, tema de estudio obligatorio en toda carrera de Filosofía y Letras. Una resta rápida arroja el siguiente dato: el autor del ensayo tenía sólo 29 años cuando presentó su descubrimiento a la sociedad.

El oportunista

"No podíamos esperar nada de (Barack) Obama", sentencia lacónicamente Noam Chomsky, que se estrenó en el activismo político con la Guerra de Vietnam (en 1969, fue arrestado junto al escritor Norman Mailer en una protesta ante el Pentágono) y, desde entonces, se ha alzado contra muchos desaguisados consentidos o provocados por Estados Unidos: la intervención en los gobiernos de Centroamérica; la invasión de Timor Oriental; las pretensiones territoriales del Estado de Israel, etcétera, etcétera.

-Obama suscitó grandes expectativas dentro y fuera de su país. ¿Qué pasó con ese furor?
-Hizo exactamente lo que aguardaba de él. Sólo había que entrar a su página web y analizar su trayectoria. Nunca me hice expectativas. Obama es un oportunista con un barniz liberal, pero básicamente nada. ¡Es tan obvio! Cada año, la industria de la publicidad entrega un premio a la campaña más exitosa y en 2009, poco después de las elecciones, el galardón fue entregado a los asesores del presidente: su campaña fue un gran fraude, pero tuvo un gran impacto. La prueba está en que el sector empresario no dudó en apoyar a Obama pese a su discurso de cambio. Es cierto que su aparición en las primarias demócratas generó un nivel de euforia inesperado, sobre todo en el extranjero y, especialmente, en el mundo árabe, pero aquello era una ilusión: la popularidad de Obama ahora es incluso menor que la que tenía (George Walker) Bush.

-¿Cuánto lo ayudó el hecho de ser negro?
-Tener una familia negra en la Casa Blanca es de una relevancia significativa. Pero Obama hizo muchas promesas sin saber cómo iba a concretarlas. Fue muy efectivo en la publicidad y ganó las elecciones sobre todo porque tuvo el apoyo de las entidades financieras. Los comicios en EE.UU. dependen fundamentalmente de la cantidad de dinero que cada candidato logre reunir. Esto no significa comprar votos sino comprar la propaganda. Las votaciones terminan siendo una especie de chiste: el resultado de la contienda electoral depende absolutamente del resultado de la recaudación de la campaña. Por eso Obama tiene que asegurarse de que (los bancos) JP Morgan Chase y Goldman Sachs financien su reelección. Y, para ello, debe esforzarse por hacer sentir cómodos a estos inversionistas.

El apasionado

El apacible horizonte bostoniano se cuela por el ventanal de la sala de espera del Departamento de Lingüística y Filosofía del MIT. De jeans, zapatillas y jersey azul gastado, el octogenario Noam Chomsky circula como si fuese uno más de los estudiantes y profesores que deambulan por allí. Pero no es uno más: en la entrada de su oficina hay una cola de camarógrafos, periodistas y académicos con gesto inquieto, esperando (im)pacientemente su turno. Al pasar por su lado, el gurú devuelve saludos con leves gestos de cabeza, sonríe un poquito y, como acto reflejo, se acomoda los anteojos.
La discreta oficina de Chomsky es, propiamente, un depósito de libros. No hay computadora a la vista (¡vaya paradoja en la catedral de la tecnología!) y, sobre una de las bibliotecas, se destaca una foto del maestro galés Bertrand Russell. Abajo del retrato consta la siguiente cita: "tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad".

El impuro

-En la crisis de 2008, los políticos enfatizaron la necesidad de regular más al sector financiero...
-Nosotros no vivimos en un capitalismo puro, los intereses del sector privado jamás lo permitirían. En un sistema capitalista, si Goldman Sachs hace malas inversiones y pierde dinero, es asunto suyo. En el nuestro, esto se convierte en un problema del contribuyente. Existe una suerte de política de seguro a cargo del Gobierno dominada por la regla "demasiado grande para caer" ("too big to fail"). Y los banqueros lo saben, lo mismo que las agencias de calificación. Entonces, hacen sus negocios con la seguridad de que, si no les va bien, los fondos públicos evitarán la caída.

-¿Qué opina de los que anuncian el fin del capitalismo?

-No puede terminar lo que nunca ha comenzado. No hace falta ser un genio para verlo. Todos usamos ordenadores y nos conectamos a la red. Ambas herramientas fueron inventadas aquí mismo, en el piso de abajo, durante la década de 1950. ¿Quién financió la investigación a lo largo de casi tres décadas? ¡El Estado! Las corporaciones privadas recién aparecieron cuando estos avances fueron rentables. Pero todo el trabajo previo se hizo con dinero público. Y esta regla vale para muchos otros productos. Los empresarios no quieren asumir el riesgo de desarrollar algo que a lo mejor funciona dentro de 30 años. Así convencieron al Gobierno para que lo haga en su lugar con el pretexto de que era necesario defender a EE.UU. de Rusia en la Guerra Fría. Pero, en verdad, entonces estábamos construyendo los cimientos de la economía de alta tecnología que tenemos ahora.

El contexto

Al día siguiente de la entrevista a Chomsky, un grupo de ciudadanos desencantados con el poder de las entidades financieras acampó en el Parque Zuccotti, a metros de la Reserva Federal de Nueva York, y enarboló la bandera "Ocupemos Wall Street" siguiendo la huella de los indignados de El Cairo, Túnez, Madrid y Reykjavik.
Seis días antes de la entrevista a Noam Chomsky, el globo se detuvo un segundo a recordar los atentados del 11 de septiembre ocurridos hace 10 años. Y, después, siguió girando alrededor de la recesión europea, la inestabilidad bursátil, los abultados índices de desempleo... Cinco días después de la entrevista a Noam Chomsky, los países reunidos en la 66 sesión de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas volvían (otra vez) a dividirse por la peliaguda cuestión de "Palestina".

El oprimido

-¿Cómo vivió el décimo aniversario del 11-S?

-Mi sentimiento es que aquello fue una atrocidad terrible, quizá uno de los ataques terroristas más deleznables de la historia. Pero pudo haber sido peor. Supongamos que el vuelo 93 de United Airlines que se estrelló en Shanksville, Pensilvania, y que supuestamente iba a dirigido a la Casa Blanca, conseguía su objetivo y mataba al presidente. Supongamos que en ese momento había un plan para establecer una dictadura militar, que este es impuesto, y que el resultado es la matanza y la tortura de cientos de miles de personas. Y que esa dictadura origina otros tantos golpes de Estado en el resto del mundo y que aquello conduce a una tremenda crisis económica global. Esto hubiese sido mucho peor que lo que nosotros llamamos 11-S. Y no es una suposición descabellada: todo eso pasó en el primer 11-S en América Latina.

-¿Cómo?
-Me refiero al 11 de septiembre de 1973, día del alzamiento militar en Chile y del suicidio del presidente Salvador Allende. Aquello fue peor que el 11 de septiembre de 2001 con una diferencia fundamental: nosotros provocamos esa tragedia. Somos los agentes del primer 11-S y las víctimas del segundo. La pregunta que me hago es: ¿por qué no lo recordamos? Y la perspectiva de reflexionar sobre esto resulta absolutamente desconcertante. El tema descolocaría a cualquier estadounidense. Tendríamos que poder pensar sobre esto, lo mismo que en la ejecución de (Osama) Bin Laden.

-¿Por qué?
-Imagine que un grupo de militares iraquíes logran identificar el rancho tejano donde se oculta Bush y lo encuentran desarmado. Entonces, deciden aprehenderlo, asesinarlo y tirar su cadáver en el Golfo de México. ¿Creeríamos nosotros que aquel proceder es justo y razonable? Bush estaba bajo sospecha y las atrocidades que cometió están a la altura de las de Bin Laden o las superan, pero un desenlace así es impensable. ¿Cómo no aplicarnos a nosotros mismos los estándares que les aplicamos a otros? Tenemos que pensar en esto, en lo que ocurrió en Chile en 1973 y en Argentina en 1976, punto de partida para la más monstruosa de las dictaduras... y la favorita del presidente Ronald Reagan hasta la Guerra de Las Malvinas, cuando tuvo que rechazarla para preservar la alianza con el Reino Unido. Pero antes de eso la apoyó totalmente, lo mismo que Henry Kissinger, el arquitecto del primer 11-S. Y no tengo que decirle qué hizo la dictadura argentina, ¿verdad?

-¿Por qué sigue viviendo en Estados Unidos?
-Ningún lugar es perfecto e incluso aquí hay cosas muy buenas. Este es un país excepcionalmente libre. La libertad de expresión, que es importantísima, está más protegida y resguardada aquí que en cualquier otro sitio. Las relaciones jerárquicas tienden a ser, en general, más laxas: alumnos y profesores dialogan de igual a igual, lo mismo que estos con el mecánico que arregla sus autos. Esto no sucede en todas partes.

-EE.UU. se gana muchas antipatías oponiéndose al reconocimiento del Estado Palestino...
-Palestina debió haber sido reconocida hace más de 30 años. Existe un consenso internacional muy fuerte al respecto, pero EE.UU. bloquea cualquier acuerdo por influencia de Israel. Las cosas siguen igual desde 1976 y no habrá cambios con Obama. Es más, las consecuencias quizá sean negativas: el Congreso estadounidense ya ha declarado que reducirá la ayuda económica que periódicamente otorga a los palestinos si estos siguen adelante con el proyecto del cambio de estatus. Insistir con el  reconocimiento es peligroso, pero la alternativa quizá sea peor.

-¿En qué sentido?

-EE.UU. quiere que la negociación prosiga como hasta ahora, pero ya está visto que, con ese ritmo, esta puede ser eterna. Mientras, Israel sigue ganando terreno. Hay otro factor: nuestra sociedad es extremadamente religiosa. Un tercio de la población cree que cada palabra de la Biblia es una verdad literal. Y si uno lee ese texto encuentra que Dios prometió la tierra de Israel a los judíos. Esto ocurre, aunque en menor medida, en el resto de la anglósfera (el conjunto de los países anglohablantes). Hay que recordar que todas estas naciones tienen pasado colonial. Es decir, fueron colonizadas por británicos que, ya sea en Canadá, Estados Unidos o Australia, exterminaron a los indígenas. La anglósfera considera normal expulsar a los pueblos originarios. Si Israel lo hace, nadie puede rasgarse las vestiduras.

-¡Pero los tiempos han cambiado y hoy tenemos derechos humanos!

-La prédica de los derechos humanos de Occidente es sólo un discurso. Estos principios jurídicos se hicieron fuertes en América Latina por buenas razones: porque allí sufrieron severas violaciones. Son los oprimidos los que tienen conciencia de la relevancia y del significado de los derechos humanos mientras los opresores permanecen indiferentes. Esta es la historia de la humanidad.