Pity Alvarez volvió a las fuentes. Las del rock & roll (o rocanrol) crudo, básico, bien stone; y también a las de las letras de relleno, sin mayores pretensiones que ser la excusa para ponerle voz y palabras a su frenético ritmo de calles y noches encendidas.
Es Viejas Locas, nena, yeaaa... Es Pity, el mejor, el auténtico. El que puede hablar/cantar durante horas sin decir nada, disparar incoherencias, lugares comunes, clichés y sinsentidos con total impunidad, convirtiendo eso en virtud (¿?). Porque es directo y frontal en su flaqueza. Es, también, el que puede sacarle lustre a las seis cuerdas, hacer mover los pies en sincronización con los brazos, siempre flexionados, al frente de una banda que suena fuerte y ajustada.
No tiene este regreso a los orígenes y a su primera banda la experimentación en la que sumió a Intoxicados y su caótico viaje musical. Con la excepción de la rumba flamenca "Un frasco vacío", es puro rocanrol guitarrero hecho para agitar estadios, aunque con sutilezas y detalles a montones (para escuchar fuerte). Pity divaga por su propio mundo, el de excesos y retrocesos, ese en el que hay conflictos con la ley y el alma, con los vecinos o alguna chica. Es Pity, el de siempre, con sus perros, sus drogas y su barrio.