Eduardo fue un hombre bueno, honesto y de mucho talento. Incursionó primero en el estudio de la arquitectura y luego por el derecho, pero ninguna de las dos carreras lo satisficieron por completo. Hasta que encontró en la historia una disciplina para canalizar sus inquietudes intelectuales. Su producción es muy prolífica. Pero es sobre todo su libro "Historia social de Tucumán y del azúcar" el que abrió nuevos rumbos en la historia de la provincia. Eduardo tenía la virtud de sorprender con cada línea que escribía, no sólo por la variedad de los temas que abordaba, sino también por la agudeza de sus planteos. Fue un crítico feroz del neoliberalismo y esto apareció en varios de sus libros de cuentos. Como amigo, era generoso y siempre -a pesar de su enfermedad- infundía optimismo. Fue un privilegio tenerlo como amigo.