- Alguna vez dijiste que te desilusionan "los editores que consideran a los cuentistas promesas de escritores", y que tu interés estaba "arraigado en la potencia y en la precisión del cuento". ¿Siguen en pie esas premisas?
- Son premisas que tienen que ver con la energía de una historia, con la escritura, pero para nada con el formato. Siempre dije que no soy cuentista por militancia. Las ideas llegan ya con un género y una extensión, forzarlas a ser algo que no son las deformaría por completo. Ahora por ejemplo escribí dos cuentos largos, tan largos que, con unos pasitos más, podrían publicarse como nouvelle. Me sugirieron dar esos pasitos de más, y no soy necia, los dí, pero el resultado no me gustó para nada. Esto no quiere decir que no pueda hacerse, quizá simplemente quiera decir que yo no puedo hacerlo.

- De hecho, estás dando un taller de cuentos en la Fundación Tomás Eloy Martínez, ¿no es cierto?
- Sí, este año estuve dando talleres en distintos barrios de Buenos Aires, en varias ciudades de Latinoamérica y también en un par en España. Cada vez que me invitan a alguna feria, congresos, festivales, intento organizarme para pasar por alguna universidad o algún centro cultural y dar un taller, aunque sea un par de horas. Me encanta hacerlo, me pone de inmediato en contacto con gente del entorno, me llena de energía y siempre me gano un paseíto por la ciudad, un almuerzo (risas). No, de verdad, encuentro que es una buena manera de salirse un poco del clan organizativo.

- Hasta hace unos años te tildaban de "promesa de las letras", mientras que en 2010 fuiste incluida en la revista Granta como una de las mejores jóvenes narradoras en español. ¿Cómo ves, hoy, esa progresión?
- Bueno, tendrías que preguntarles cómo va esa progresión a los tildadores, yo no tengo modo de saberlo. Supongo que iré un poco lento, como siempre. Este último año salieron muchísimas traducciones, el último libro ya está traducido a unos doce idiomas y hay más en camino. Es genial porque los ejemplares siguen llegando a casa desde distintos países del mundo y da la sensación de que uno escribe y escribe y no para de escribir, aunque claro, la realidad es que siempre se trata del mismo libro?

- Hace poco, Gustavo Nielsen me decía que los concursos literarios dan "ánimo, garantías, algún dinero, prensa, publicación. Y ganas de seguir en una máquina que a veces es solitaria en extremo". Vos, después de haber ganado varios concursos, con esta realidad alentadora, de tantos premios y reconocimientos, ¿te impulsa a seguir enviando textos a concursos?
- Sí, seguro. Ayuda mucho también a poner una fecha límite y a organizarse. Soy un poco miedosa, me cuesta juntar fuerzas y cerrar definitivamente un trabajo, así que con mis dos libros hice lo mismo: cuando estuve cerca del final busqué un concurso que me ayudara con la fecha de cierre y me presenté. En los dos casos entregué mi carpeta el último día a última hora. A uno de ellos llegué 15 minutos tarde y tuve que ensayar unas lágrimas para convencer al oficial de la puerta para que me dejara pasar. A él le debo el premio de Casa de las Américas. Pero tampoco hay que sicotizarse y estar detrás de estos premios como un sabueso. Una buena fórmula que puedo recomendar es presentarse a los premios de libros de cuentos, no a los premios por un cuento en particular. Los premios al libro de cuento suelen ser más prestigiosos, aseguran la publicación, dan prensa y es realmente un premio a un trabajo de largo aliento (aunque no sea una novela, no confundir). Pero claro, hay pocos premios a libros de cuentos, realmente pocos, me sobran los dedos de una mano para contarlos.

- ¿Cómo ves a las nuevas generaciones de la narrativa argentina? ¿Qué te parece que se rescata de ellas, que taras las apocan?
- A los nuevos narradores argentinos nos ayuda lo mismo que nos hunde, y es que escribimos bien. Buenos Aires -por suerte, no hay ninguna queja en esto- está llena de talleres literarios (cuando empezás a viajar te das cuenta que esto no es así en otras ciudades latinoamericanas). Así que si hablamos de estilo, los nuevos narradores tienen muy buena técnica, y eso se agradece. Pero eso es solo una parte. Contar bien una historia tiene un par de secretos extra que van mucho más allá del estilismo y ahí es donde hay que tener cuidado y no caer en las falsas expectativas que crean algunos talleres literarios. Esa sería la mala. La buena es que hay un movimiento de lectura y escritura extraordinario. Hay una cantidad de editoriales independientes de primerísima calidad, ciclos de lectura y, sobre todo, lectores de primera. Podrá haber menos lectores, eso no está en tela de discusión, pero los lectores que hay son cada vez más y más exigentes, y eso indefectiblemente crea buenos narradores. En mi generación hay varios escritores por los que me saco el sombrero: Mariana Enríquez, Federico Falco, Romina Doval, y unos pasos más allá Pedro Mairal, Fabián Casas, Pablo Ramos? (Y me guardo otros tantos).

- Después de El núcleo del Disturbio y  Pájaros en la boca, ¿qué libro de Samanta Schweblin se viene? ¿Otro de cuentos?
- Otro de cuentos, por supuesto.