A nueve años del homicidio de Raúl Antonio Flores, a Francisco Antonio "Machilo" Álvarez lo condenaron porque llevaba las evidencias bajo la piel. Los tatuajes que tiene en los hombros (uno dice "madre"; el otro, "padre") y en la espalda (una imagen de Ernesto "Che" Guevara) fueron la prueba clave para que los vocales de la sala IV de la Cámara Penal lo condenaran a ocho años de cárcel.

Así, "Machilo" pasará un buen tiempo en Villa Urquiza, a la espera de que lo juzguen por otros tres asesinatos que aún continúan impunes.

Raúl Flores, de 28 años, trabajaba en un puesto en el Mercofrut. La tarde del 8 de noviembre de 2002, estaba comiendo un sandwich en un bar que está a pocos metros de allí, en Olleros y avenida Brígido Terán.

Según el expediente, "Machilo" (entonces de 23 años) llegó al lugar junto a unos amigos, cuyos datos son aún un misterio (sólo se menciona a un tal "Boliviano"). Casi en el acto, apareció otro grupo de muchachos. Tampoco se sabe quiénes son.

De repente, estos bandos comenzaron a discutir. Francisco Pérez, un empleado de Raúl Flores, aseguró durante la investigación que un hombre tatuado y con muchas cicatrices sacó un arma de fuego y comenzó a hacer disparos. Uno de los proyectiles dio en la cabeza de Raúl Flores, que nada tenía que ver con la trifulca.

Cuando el puestero cayó, la pelea se dispersó y todos salieron corriendo, relató ayer Moisés Nieva. "Cuando llegué, había un señor tirado. Lo subimos al auto y lo hicimos llevar al Hospital Padilla", dijo ayer el hombre, que era encargado de seguridad del Mercofrut.

"La gente decía que lo había baleado un tal ?Machilo?, pero yo no vi eso porque estaba trabajando", les contó Nieva a los vocales Ana Lía Castillo de Ayusa, Horacio Lázaro Villalba y Marta Cavallotti.

Raúl Flores falleció en el Padilla horas después del hecho. Y, según el expediente, la Policía fue en busca de aquel hombre al que -desde el anonimato- los testigos señalaban como autor del crimen.

Varios agentes llegaron a la casa de calle Jujuy al 5.000, en la zona de Los Aguirre, donde reside la familia Álvarez. "Machilo", indica la causa, salió corriendo por la parte trasera de la vivienda y se perdió en unos montes. Incluso, según los investigadores, intercambiaron varios disparos.

"Machilo" se entregó varios días después en Tribunales. Pero ya no pudieron hacerle el dermotest (examen que detecta restos de pólvora en las manos) porque había pasado demasiado tiempo.

Un solo testigo

Los investigadores allanaron la casa del sospechoso, pero no encontraron armas de fuego ni otros elementos que sirvieran para esclarecer el caso. Además, tuvieron que afrontar otra dificultad: ningún testigo directo aceptó declarar con nombre y apellido. Sólo Pérez, que entonces tenía 15 años, dio su versión de los hechos.

El joven era uno de los dos testigos que debían declarar en el juicio (el otro fue Nieva). Pero no apareció por el Palacio de Tribunales.

Por eso, se leyó el testimonio que aportó ante la fiscala Joaquina Vermal (ya fallecida). Pérez no conocía a "Machilo", pero describió cada tatuaje de su cuerpo. Este relato y las denuncias anónimas son las únicas pruebas contra Álvarez. Pero la fiscala de Cámara, Marta Jerez de Rivadeneira, consideró que eran evidencias suficientes. "Todos los dichos coinciden totalmente. Existen certezas sobre quién activó el arma con la que se cometió el hecho", expresó la fiscala durante los alegatos.

Luego, recordó que Francisco Pérez, en su testimonio, había dicho que quien asesinó a Flores tenía el torso desnudo y varios tatuajes y cicatrices.

Además, remarcó que el imputado tiene pleno conocimiento del alcance de sus actos. "El dermotest a la víctima dio resultado negativo, lo que indica que no participó de la pelea", añadió. Y pidió que el acusado fuera condenado a 10 años de cárcel por el delito de homicidio simple.

Un invento

Roberto Flores, abogado de "Machilo", solicitó la absolución. "Si analizamos el expediente, entenderemos por qué fue involucrado Álvarez. Ese llamado anónimo no existió; fue un invento. No se puede dictar una condena sin tener una certeza plena", advirtió.

Además, el letrado cuestionó la decisión de insistir en la acusación sin una evidencia más firme que los tatuajes de su cliente. "Por algo, cuando se solicitó que fuera detenido bajo el régimen de prisión preventiva, el entonces juez de Instrucción Eudoro Albo (hoy miembro de la Cámara de Apelaciones) rechazó el pedido y le dio la libertad a mi cliente por falta de mérito", expresó.

"Machilo" tuvo oportunidad de decir sus palabras finales. Casi nueve años después del hecho, por primera vez se sentó frente a un tribunal. Y, vaya paradoja, el juicio se definió en un solo día.

"Soy inocente. A mí la Policía siempre me pegaba y me sacaba fotos", aseveró.

Pero los jueces no le creyeron. Sus tres ídolos, aquellos que escogió para llevar toda la vida grabados en el cuerpo, fueron quienes lo delataron.