Por Marcelo Damiani
Para LA GACETA- Buenos Aires

Woody Allen, como ya lo hemos dicho en otra ocasión, no es sólo una persona, sino también un ícono, una marca, pero sobre todo una máquina. Una máquina de hacer chistes, escribir libros, filmar películas e incluso de tocar música. Una máquina de ver la vida con humor, con ironía, con sarcasmo, con crueldad; aunque también con empatía. Seguramente en el futuro la gente se preguntará cómo fue posible que haya existido este fenómeno.
Sus comienzos en el cine, a fines de los 60 y principios de los 70, lo encontraron haciendo comedias que le sirvieron de sostén para sus dos primeras obras maestras: Annie Hall (1977) y Manhattan (1979). La cuasi felliniana Recuerdos (1980) fue la transición antes de sus otras dos obras maestras: Zelig (1983) y Crímenes y pecados (1989) -luego reelaborada por Match Point (2005).
Obsesionado con la muerte ("No le tengo miedo a la muerte, sólo que no me gustaría estar allí cuando suceda"), con Dios ("Dios es gay"), con el sexo ("El sexo sin amor es una experiencia vacía, pero como experiencia vacía es una de las mejores"), con las relaciones humanas y con el absurdo de la existencia, Woody nos ha legado una visión del mundo muy divertida y descarnada a la vez.
Alvy Singer (uno de sus muchos alter egos) en Annie Hall (una de sus muchas autobiografías) le explica a Dianne Keaton (una de sus muchas musas) que para él la vida se divide entre lo horrible y lo miserable: "Lo horrible son los enfermos incurables, los ciegos, los lisiados, no sé cómo pueden soportar la vida, me parece asombroso, y los miserables somos todos los demás, así que al pasar por la vida deberíamos dar gracias por ser miserables". No es casual que hacia el final de Manhattan (cuyo final es uno de los mejores de toda la filmografía alleniana) nos encontremos a  Isaac-Woody tirado en su sofá, murmurándole a un grabador las razones por las que vale la pena estar vivo. Como tampoco es casual que el principio desalentador de Recuerdos contamine el resto del film (y de su década).
Así, Zelig, más allá de su música y tono juguetón, puede ser vista como una puesta en escena del miedo a no ser aceptado por los otros (y tangencialmente también sobre la sociedad como asesina de la individualidad). Y Crímenes y pecados como un tratado sobre el deseo, las decisiones que tomamos para mantenerlo vivo y sus consecuencias.

"Seinfeld"
El fuerte legado de Woody parece retomado y resignificado en los 90 por otro cómico neoyorkino. "Seinfeld" (1990-1998), quizá la mejor comedia televisiva de todos los tiempos, vuelve sobre muchos de los tópicos allenianos, aunque desde un punto de vista más ácido, más cínico y ya sin epifanías poético-musicales. "Seinfeld", en algún punto, es a la dureza y crueldad de los 90 lo que Woody fue al espíritu problemático y libertario heredado de los 60 y los 70. En "Seinfeld", cuyo slogan es "un show sobre nada", nada vale nada. Todo es un chiste. Y por lo general, muy bueno. Casi como en Woody cuando se olvida de Bergman.
Jerry, en la serie, se autocaricaturiza como un maniático de la limpieza y la soltería que vive en su pequeño departamento soportando las visitas constantes de su estrambótico vecino, Kramer (baluarte del humor físico), su neurótico amigo de la infancia, George Costanza (perdedor nato por excelencia), y una ex novia devenida amiga y ocasional partenaire sexual, la imposible Elaine Benes. Jerry, durante los primeros años de la serie, es una suerte de Zelig que tiende a estar de acuerdo con los delirios de sus amigos; por lo menos mientras no le den la espalda George es muy parecido a un Woody tonto y gordo con algún que otro rapto de lucidez absurda. Este personaje, para muchos el más gracioso de los cuatro, ha sido moldeado a su propia imagen y semejanza (potenciadas) por el otro creador de la serie: Larry David (factotum de la bizarra "Curb Your Enthusiasm"), quien aparece brevemente en Días de radio (1987) y Edipo reprimido (1989), antes de ser convocado por Woody para el protagónico de su última genialidad: Whatever Works (2009),  inexplicablemente no estrenada por estas tierras. Obviamente, por último, Woody también convocó a dos Chicas Seinfeld (categoría similar a las Chicas Bond) para tres de sus películas. Julia (Elaine) Louis-Dreyfus aparece en la bergmaniano-jamesiana Deconstructing Harry (1997), y la bella Debra Messing en Celebrity (1998) y Hollywood ending (2002).
"Seinfeld" también va a encontrar sus mejores momentos en las absurdas reflexiones lógicas de sus personajes. George, en el capítulo "The opposite" (brevemente homenajeado en Whatever Works), hace un descubrimiento que le cambia la vida. Se da cuenta de que todo lo que ha hecho a lo largo de su existencia fue un error. Jerry, lógicamente, le sugiere que lo opuesto, entonces, debe ser lo correcto. George, perdido por perdido, empieza a hacer lo opuesto de lo que le dicta su intelecto. Así consigue novia, trabajo, departamento, status social, todo; es decir, se convierte en un hombre exitoso. En un momento, condensando toda la idea en una frase genial, su nueva novia, no por casualidad llamada Victoria, le pregunta sorprendida: "¿Quién eres tú George Costanza?" Y él, ganador, canchero, convencido como nunca de que por una vez tiene la razón, responde: "Soy el opuesto de cualquier hombre que hayas conocido". La pregunta que surge es inevitable: ¿Qué tal si en realidad siempre hacemos lo opuesto de lo que deberíamos hacer?
 Jerry, por fin, en uno de sus muchos monólogos, esgrime una prueba irrefutable de la estupidez humana: "Hay muchas cosas que uno puede señalar para demostrar que el ser humano no es inteligente. Pero mi favorita es que necesitamos inventar el casco. Aparentemente lo que estaba pasando era que estábamos envueltos en un montón de actividades que destruían nuestras cabezas. En vez de dejar de hacer estas actividades, elegimos inventar algún tipo de dispositivo que nos ayudara a seguir disfrutando de nuestro estilo de vida destructor de cabezas. El casco. E incluso eso no funcionó, porque mucha gente no lo usaba, así que tuvimos que inventar la ley del casco. Lo cual es aún más estúpido, ya que la idea detrás de esta ley es intentar preservar un cerebro cuyo juicio es tan pobre que ni siquiera trata de detener la destrucción de la cabeza en la cual se aloja". Genial.
En algún punto, Woody & Seinfeld, no sólo son los dos últimos grandes gladiadores contra ese declarado mal absoluto de nuestra época que es el aburrimiento, sino también algunos de los pocos que se han atrevido con éxito a pensar la vida en términos lógicamente absurdos.
El resto, desde esta perspectiva, es sólo tedio y estupidez.
 © LA GACETA

Marcelo Damiani - Novelista, ensayista y crítico. Profesor de Filosofía de la Universidad Maimónides. Su último libro es El efecto Libertella (2010).