Finalmente, y tal como se preveía, la sangre llegó al río, y el mejor año económico de la actividad azucarera argentina que se recuerde, quedó empañado por la necesidad imperiosa de importar azúcar para que el mercado interno -el gran negocio del sector- sea convenientemente abastecido. Los memoriosos sólo recuerdan una situación similar durante la campaña de 1989, cuando una feroz sequía hizo que se desplomara la producción de caña, y la situación terminó con la caída definitiva del recordado Plan Alconafta, una idea en la que Tucumán se había adelantado décadas a los tiempos.

Los industriales que hasta ahora manejaban a discreción los destinos del sector se dieron cuenta temprano de que la situación de la oferta de fraccionado en el mercado interno se estaba saliendo de control, y durante toda la campaña fogonearon para que la oferta se adecue a la demanda. Nunca lo lograron, pese a que Guillermo Moreno les había limitado la exportación de azúcar y amenazado luego con frenarla definitivamente. Más grave que tenerlo a Moreno decidiendo la política comercial azucarera, parece ser el hecho de la importación misma, porque sienta las bases para que se cuestione porqué un sector como el azucarero es el único en el ámbito del Mercosur que goza de una protección arancelaria que le permitió desenvolverse sin competencia externa en los últimos años. Los industriales esperan que el solo anuncio de la apertura de la importación de azúcar será suficiente para que los especuladores salgan a vender de inmediato. Pero el mercado ya demostró en varias oportunidades que no se deja convencer sólo con discursos altisonantes.