Por Jorge Estrella
Para LA GACETA - Tucumán

Día tras día, las horas persiguen a las horas, es la hebra de nuestras vidas. ¿Pero qué del tiempo ido y del venidero? Enormes ausentes en que instalamos los recuerdos y los frutos esperados de nuestros actos, allá están, diferentes, memoria o esperanza, aventando al presente en su fugaz estadía, dando sentido a la espera o al recuerdo.
El río, el humo del fuego, las hojas caídas del otoño, son otros modos de referirnos a esas ausencias del pasado y del futuro, éste siempre renovado, aquel cargando aconteceres que lograron escapar del mundo posible y atravesaron la estrecha puerta  del presente.
¿Cómo hace el ánimo para instalarse sin resbalar en esos dos toboganes y anudar lo que no tiene nudo? ¿Cómo atiende sus asuntos de hoy sin dispararse de ese hoy que se disipa sin remedios? La reiteración de este milagro de la conciencia atendiendo su presente que ya no está, que ya se fue, mientras ella lo sostiene como actual, aunque sabe que ya no es, la reiteración de ese milagro que nos hace vivir, digo, le hace perder el sabor de lo milagroso. Ahí estamos entre las cosas desde nuestros recuerdos y expectativas, piloteando este fórmula uno de la vida, clavada en la fijeza del presente en fuga, disfrazado en la ilusión de que los fragmentos hacen una historia, un curso de río o de humo, no sólo de sueños.
¿Es el tiempo? Cada porción suya tiene algo semejante al espacio: siempre está contenido en una unidad mayor. Y así como mi cuerpo en mi habitación, ésta en mi casa, mi casa en el barrio, éste en la ciudad, en el país, el mundo, igual con el tiempo: el segundo en el minuto, éste en la hora, la hora en el día, en el mes, el año? Pero uno sospecha que nada es así realmente, que el tiempo acaso no sea otra cosa que nuestra memoria reteniendo los fragmentos idos y ensayando malamente unir lo que fue y ya no es con lo que aún no es en este enigmático presente que es el único que está, como el espacio, esperándonos, acechándonos, evitando que salgamos de él como una gelatina.
Los montañeses saben que su andar los coloca, bruscamente, ante lo que llaman abra: luego de cruzar un borde alto, todo ha cambiado, se abre un entorno nuevo. Saben también que lo andado quedó atrás, y que a él se puede volver. La vida nos coloca así, en escenarios nuevos, pero sin vuelta atrás. Y andamos de abra en abra, medio a los tumbos, medio escogiendo esos escenarios precarios que nos acogerán algún tiempo y luego nos expulsarán sin piedad.
Hasta que el oscuro gran silencio acabe con este milagro incomprensible que llamamos vida.

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Jorge Estrella - Escritor, doctor en Filosofía,
ex profesor de Filosofía de la Ciencia de la
Universidad de Chile.