Uno de los indiscutidos méritos de Kirchner es haber logrado reinsertar masivamente a la juventud en la militancia política, algo impensado luego de la masacre perpetrada por la dictadura militar y de los aciagos tiempos del "no te metás" o del fin de las ideologías que propugnaba el neoliberalismo.

Hoy muchos jóvenes, con la frescura y la rebeldía que los caracterizan, se volcaron a militar en distintas organizaciones, no solamente peronistas o aliadas. Ese rol, como verdadero motor de las transformaciones, recuperó la fuerza de los 70. El factor determinante para que esto ocurra fue la pasión que mostró Kirchner en su vida política. Ese compromiso militante mezclado con su estilo desenfadado, fuera de protocolo, cautivó a muchos jóvenes que tomaron como propio el imperativo de memoria y justicia en la política de derechos humanos o la recuperación de las banderas de soberanía política, de independencia económica y de justicia social.

Kirchner llegó para reinvindicar a su generación víctima del genocidio y para devolverle la esperanza a los jóvenes de la naciente democracia en 1983, a quiénes rápidamente se les apagó la ilusión; a la juventud de los años 90, infiltrada por los "yuppies" de la "economía social de mercado" y a los chicos de este siglo, que usaban la tecnología como modo de evasión de un modelo que estalló en pedazos en 2001. Para todos ellos la llegada de Kirchner al poder fue como volver a enamorarse de un compromiso, de una causa, de un ideal.

Hay "vivos" que transitan su larga y gris existencia sin pena ni gloria y hay "muertos" que viven eternamente en el corazón de su pueblo y se convierten, en mito, en bandera que se lleva inexorablemente a la victoria. Ese será Néstor Kirchner.