El 8 de abril de 1840, al día siguiente del pronunciamiento de la Sala de Representantes de Tucumán contra Rosas, el gobernador Bernabé Piedrabuena escribe a su colega y pariente de Salta, Manuel Solá.

Le reseña rápidamente los acontecimientos que llevaron a la grave decisión, que necesita apoyarse con dinero.

"La máscara está ya en el suelo, y es necesario obrar", le dice. Y pregunta. "¿Podemos contar con el patriotismo del gobierno de Salta? ¿Volveremos, como otras veces, a ser abandonados por él en el momento de peligro? ¿No podemos esperar que secunde nuestro pronunciamiento y nos preste algunos auxilios pecuniarios? ¡Que no caiga esta mancha, primo, sobre su patria y sobre su jefe! ¡Que todo interés desaparezca ante el interés de la gran familia argentina!".

Pedía a Salta "un esfuerzo, un pequeño esfuerzo en el momento en que la espada del general Lavalle gravita con todo su peso en la balanza de nuestros destinos, y habremos consolidado la libertad de nuestro país. No consintamos en poner el cuello de nuestros paisanos debajo de la cuchilla de sus verdugos. La ruina de Tucumán, su degradación, será la ruina y la degradación de Salta. Será la ruina y degradación de la República entera".

No era excusa la falta de dinero. "Todos saben que el año pasado ha pagado todos sus empleados y que ha tenido un sobrante de seis mil pesos. Dejemos también el pretexto del egoísmo del pueblo, porque los pueblos son los que los gobiernos quieren que sean, si no es que hayan abrazado los principios del absolutismo o que sean evidentemente nulos? Una voluntad firme y patriótica vence todos los obstáculos, y es preciso tenerla o hundirse en las entrañas de la tierra".

Como es sabido, las palabras de Piedrabuena tuvieron pronto eco en Solá, que fue una de las figuras de intensa actuación en el alzamiento regional contra Rosas.