En el libro "Ese ardiente jardín de la República" (Formación y articulación de un "campo" cultural: Tucumán, 1880-1975") sus 18 autores -y la editora y coordinadora, Fabiola Orquera- se han dado a la doble tarea de analizar tanto el Tucumán gran parte del siglo XX (entre ellos, el suplemento literario de LA GACETA) como los productos culturales adorados por los sectores populares, entre ellos Atahualpa Yupanqui y Mercedes Sosa.
-¿Cuál es el eje del libro?
- Partimos de un capítulo orientativo de María Celia Bravo y Daniel Campi, que ayuda a vincular el ámbito de la cultura con lo histórico social. El eje es una línea que comienza con la creación de la Universidad Nacional de Tucumán, en 1914, anticipada por la creación de la Sociedad Sarmiento (descripto por Marcela Vignoli). Esa línea alcanza su apogeo en las décadas del cuarenta y cincuenta, cuando surgen las facultades de Filosofía y Letras y de Artes, el Consejo Provincial de Difusión Cultural, la página literaria de LA GACETA, grupos teatrales, peñas y la actividad literaria manifiesta en el grupo La Carpa, analizada por Soledad Martínez Zuccardi. Los sectores ilustrados se reúnen en cine-clubs y en jazz-clubs; y los sectores populares se expresan sobre todo en los carnavales, y en sus propios circuitos teatrales y musicales. Esas áreas de expresión coexisten en forma conflictiva, como describe Oscar Chamosa, hasta que en la década del sesenta comienzan a acercarse. Ese acercamiento está dado por el creciente interés en la representación de los sectores populares por parte de artistas ilustrados, que se remonta a la serie de zambas escritas por Atahualpa Yupanqui durante su residencia en Raco, sobre todo en la década del ?30. Las composiciones de los poetas de La Carpa comparten esa sensibilidad por el hombre desamparado, lo que llevará a representar la vida de los trabajadores azucareros, sobre todo después del cierre de ingenios decretada por el gobierno de Onganía. En efecto, esa crisis económica generará un incremento de la actividad cultural, ya que en las décadas previas los tucumanos se habían habituado a la participación creativa y al ejercicio crítico, lo que les permitiría representar el trauma que supuso el cierre de ingenios, cuestión tratada en profundidad por Gerardo Vallejo (estudiado, en el libro, por Mariano Mestman). Sin embargo, esa dinámica sería interrumpida por el plan de desarticulación de las instituciones y del silenciamiento de las producciones culturales impuesto a partir del llamado "Operativo Independencia" (tema analizado por Emilio Crenzel).
- En el libro, ustedes legitiman las expresiones del folklore como parte de la cultura tucumana.,..
- Ya en la década del cuarenta surgen tres vertientes de reflexiones sobre el folklore. Por un lado, están los estudios y la recopilación de Juan Alfonso Carrizo, que dan lugar al nacimiento de su Cancionero, empresa alentada por Rougés y Padilla, como muestra Diego Chehín en su capítulo y algunos estudios de Oscar Chamosa. Al mismo tiempo, Yupanqui había iniciado sus reflexiones sobre el folklore, definiendo rasgos de danzas y ritmos característicos para separarlos de los cambios introducidos por la radio y elaborando, incluso, algunas ideas que permiten establecer un vínculo con las vertientes indigenistas que caracterizan el pensamiento latinoamericano de las dos primeras décadas del siglo XX. La tercera vía está dada por la obra de musicólogos académicos, como Isabel Aretz. Ahora bien, el resurgimiento actual de los estudios sobre folklore se debe, a mi juicio, a varios factores, como el interés por la conformación de identidades regionales o sociales (como se advierte en las investigaciones de Ricardo Kaliman), la incidencia de los medios masivos de comunicación en prácticas musicales locales, y las formas de expresión populares -o "subalternas".
- ¿Por qué le interesa a usted el folklore de Tucumán?
- Porque incluye a quienes han quedado fuera del universo de la lectoescritura, esfera a la que pertenece gran parte de los trabajadores "golondrina". Para comprender el funcionamiento de un sistema cultural hay que pensarlo en su heterogeneidad social. Además, el folklore problematiza cuestiones que nos atraviesan a todos, como el "paisaje" y sus contradicciones, visibles sobre todo con los cañaverales y los ingenios azucareros. Y un último punto es que esa cultura musical es tan fuerte que nos da una figura internacional como Mercedes Sosa, que permite vincular a Tucumán con Cuyo y después con el resto de Latinoamérica, según se advierte en el trabajo de Carrillo-Rodríguez, generando interés por la relación entre música y política.
-Mirando desde el siglo XXI, ¿encuentra huellas de ese primer siglo XX en el campo cultural tucumano contemporáneo?
- Entiendo que las huellas están, porque parte de ese capital simbólico ha sobrevivido y otra fue recuperada mediante la transmisión oral entre generaciones de artistas o bien mediando investigaciones, a pesar de que un porcentaje se ha perdido. En una provincia como la nuestra, tan atravesada por la violencia de la historia reciente y por el terrorismo de estado, lo que aparece ante los ojos del investigador es el profundo hiato que va de 1975 a 1983. Este libro es un intento colectivo por rearmar esa parte de la historia desde el presente. Pero hace falta que más estudiantes se dediquen a lo nuestro; hay temas importantes, como el de Canal 10, que no están en el libro porque aún no hay estudios de peso sobre el mismo. Y también hacen falta ahondar en las manifestaciones posteriores al período tratado aquí. Son deudas pendientes que se solucionarán cuando comencemos a pensar que lo que se hace aquí merece tanta atención como los grandes temas del canon cultural argentino. En ese sentido me parece muy acertado el apoyo que nos ha brindado Susana Montaldo, a través de la Legislatura tucumana, para la publicación de este libro, y de otras obras. El potencial creativo de los más jóvenes, que es sin duda notable, todavía tiene que encontrar un vínculo con esa tradición trunca pero viviente, de un Tucumán pequeño y fuerte, faro de su región. En cierta forma, ese deseo de conexión entre generaciones y entre académicos y artistas fue lo que me llevó a incluir las contribuciones especiales del libro, de David Lagmanovich, Gaspar Risco Fernández y Juan Falú.