Filósofo, músico, escritor satírico y de costumbres, dramaturgo, periodista y polemista temible, estudioso del derecho, economista, biógrafo, autor de uno de los epistolarios más ricos de nuestra literatura, Juan Bautista Alberdi fue, también, el mayor erudito y pensador político en la historia de las ideas argentinas, según lo reconocieran las inteligencias de su tiempo, desde Esteban Echeverría y Juan María Gutiérrez a José Hernández, el autor del Martín Fierro.1
Su obra Bases, difundida como un evangelio por todo el territorio nacional, y un título célebre en los anales de nuestras letras, es hoy el libro menos leído y comprendido. Lo mismo ocurre con el conjunto de sus ideas, de modo que Alberdi permanece como un desconocido, asediado ya en vida por el odio de las facciones y por su impertinencia de proclamar la verdad, como señalara su más grande biógrafo.2 Su significación en nuestra historia fue distorsionada por la sucesión de historiografías, que proyectan en su imaginario los intereses y conflictos del pasado y nos dan un Alberdi ficticio, corroído por el rencor, un confuso y "paradójico" doctrinario de la nación pastoril y del gobierno autoritario y no democrático.3
Por el contrario, Alberdi fue el más original representante de nuestro federalismo liberal. Nacido en 1810 junto con la Revolución, explicó lúcidamente sus causas y sus fines y fue su más sagaz intérprete. Reveló el origen de nuestras guerras civiles en el despojo por Buenos Aires del derecho de las provincias a darse un gobierno y una capital; propuso multiplicar los puertos del país, navegar los ríos interiores y unir el Atlántico y el Pacífico con canales, caminos y vías férreas, para acabar con la postración del Interior y crear un país próspero y equilibrado. Destacó el rol del gaucho en la conquista de nuestra independencia, como soldado de sus ejércitos y como propulsor de la constitución, rescatando la figura de Artigas al refutar la errónea tesis sarmientina de "civilización y barbarie". Propugnó la organización constitucional de la República, a la que el localismo porteño resistió por setenta años, hasta ser vencido en 1880. Su prédica evitó la segregación definitiva de la Provincia-Metrópoli, abusivamente adueñada de los recursos y del poder de todos los argentinos, ya sea bajo los gobiernos directoriales, de Rivadavia o de Rosas, y luego con los gobernantes de la provincia rebelde, liderados por Valentín Alsina, Mitre y Sarmiento.4
Inspirado en Montesquieu, en Locke, en Voltaire (y alejado ya del jacobinismo de su juventud), postuló la construcción de un orden político fundado en la tolerancia política y religiosa. No confiaba en la democracia del simple número, pues pertenecía a un tiempo en el cual el sufragio universal no imperaba en ningún lugar, pero advirtió que aquella habría de llegar mediante el aprendizaje de una cultura política: "Los hombres civilizados no se matan por razón de que no se entienden; los bárbaros, los hombres de atraso, se dan de balazos porque no piensan del mismo modo. Luchar, pero luchar dentro de la ley, luchar sin armas y sin sangre, es toda la vida de la libertad", escribió.5   
No fue tan sólo un pensador político, sino el pensador de la Argentina, su conciencia lúcida y crítica. De allí la notable vigencia de sus ideas.
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Roberto Pucci - Licenciado en Historia, profesor de Metodología
de la Historia y co-director del doctorado de Ciencias Sociales de la UNT.

Notas:
1) Los ocho tomos de sus Obras Completas (1886-1887) y los 16 de sus Escritos Póstumos (1895-1901), no comprenden toda su producción, de la que permanece inédita gran parte de su correspondencia.
2) Jorge M. Mayer. Alberdi y su tiempo, 1973.
3) El ataque lo inició el rosismo, lo continuó el mitrismo y luego el llamado revisionismo. Sus libros fueron prohibidos durante el primer peronismo, y la academia universitaria posterior a 1955, expresión del añejo localismo porteño, heredó sus lemas, cuyo eco se encuentra en uno de sus estudiosos más serios, Oscar Terán.
4) Cartas Quillotanas, De la integridad de la República Argentina, y Facundo y su biógrafo.
5) Escritos Póstumos, XV.