No solían comprarlos los chicos. Venían en los bolsillos de papá o en la cartera de mamá. Semejantes tabletones verdes los vendía Aguila. Eran caros para las monedas que podían llegar a caber en los bolsillos. Con cuidado, se abría el papel metalizado porque todo se desmoronaba.

El secreto era que se desarme en la boca. Había que evitar que se desmorone en la mano o sobre la mesa. De a poco, el tabletón se iba desarmando hasta que el polvito transmitía el mismo sabor del nesquick que se saboreaba alguna tarde. Eso sí, había que tener cuidado de no ahogarse porque el polvo del chocolate se pegaba en la garganta.

Ese gusto que se daban en los diabólicos últimos años de la década del 70 se fue perdiendo. A medida que aquellos niños fueron creciendo todo cambiaba. Todo, hasta los chocolates y un buen día desaparecieron de los quioscos para no volver más...

...hasta ayer. Aunque con otra marca y con un envase menos cuidado, el Comprimido regresó, incluso con el mismo nombre.

Han pasado varias décadas. Vaya a saber si el Comprimido tiene el mismo gusto. Es difícil que la memoria lo recuerde, aunque la nostalgia diga que sí.