Por Asher Benatar
Para LA GACETA - Buenos Aires

Hace unos siete años, cuando se anunció el comienzo de la serie Dr. House, algunos nostálgicos de cierta edad se esperanzaron por encontrar a émulos de Kildare o Ben Casey, médicos televisivos de los años 60 consustanciados con una concepción ideal y bastante edulcorada de esa profesión. Rememoremos. Demagógicos ambos: mirada tierna, comprensión ilimitada, improbable y súbito afecto médico/paciente en una profesión cuyo abc es no involucrarse emocionalmente con el enfermo (por algo los médicos no atienden a sus esposas ni a sus cosanguíneos) y una humildad a prueba de cualquier éxito. Era la forma de conformar un personaje de esos que las señoras de edad veneraban mientras a sus médicos reales les dedicaban aquellas consabidas palabras de hace varias décadas: "doctor, usted es un santo". No sé si Kildare o Casey dejaban de cobrar a los enfermos pobres, pero ya se sabe que en aquella época, según la leyenda urbana, los norteamericanos eran todos ricos y no necesitaban de ese tipo de humanismo monetario.
Gregory House está concebido como lo opuesto a Kildare. Otros tiempos. Es un médico brillante, dedicado a diagnosticar casos muy raros donde él no ve gente que sufre sino desafíos profesionales. Talentoso, cínico, narcisista, abroquelado en su pesimismo, con ciertas tendencias homosexuales reprimidas, cruel con su equipo humano, escéptico ante la vida y algunas otras cosas más que omitimos porque el espacio es tirano y aún no lo han derrocado. ¿Hace falta más para que House sea un personaje que eleve a sus autores a la categoría de visionarios? ¿Cómo imaginar que alguien con tales características, a las que puede agregarse su adicción a las drogas, a las que llegó por su dolorosísima renguera, podría constituirse en un éxito mundial que ya lleva siete años? ¿Cómo imaginar que un embarazo sea definido por House como un quiste que durará nueve meses, y que esto, unido al final de la frase, hará sonreír sin indignación a cualquiera, inclusive aquellos que colocan a la maternidad en un pedestal? La respuesta es tan obvia como evanescente: carisma.  
Conozco las teorías sobre la similitud de House y Sherlock Holmes y las encuentro irrecusables. Se me hace más que probable que los guionistas hayan tomado al detective londinense como modelo y que no sólo no se preocuparon por disimularlo sino, por el contrario, dieron énfasis a una serie de características que son comunes a los dos personajes: adicciones, nombres, convicciones espirituales. Hay muchas más. Hasta el número de sus casas, ubicadas en distintas ciudades, es el mismo: 221B. Demasiado como para atribuirlo a la casualidad.

Un héroe baldado

House es un arriesgado, un permanente jugador con fichas ajenas pero con convicciones propias a quien no importa el sufrimiento de los demás o los desenlaces trágicos. Un eventual fracaso que lleve a la muerte a su paciente no modificará su rutina ni aumentará el exagerado número de pastillas de Vicodin que compulsivamente ingiere. House es un feligrés de sí mismo. Para poder quemar  incienso en un altar lleno de espejos, utiliza talento, coraje, autosuficiencia y la admiración de su equipo, en el que militan algunas bellas profesionales que se sienten atraídas por él, tanto sexual como emotivamente. Y que viven esa atracción con culpa, porque reconocen que House, con su carencia de humanidad, no es lo que puede calificarse como buena persona. Pero igual lo aman y tratarán de acallar el rechazo ante actitudes que rozan lo despreciable. Igual que los espectadores.  
Podemos preguntarnos: ¿es feliz el personaje? ¿Está satisfecho con esa situación de semidiós en la que se ha ubicado? Difícil. Solitario, temeroso de que la ausencia de dolor físico lo lleve a la pérdida de su talento, entregándose sin entrega a aventuras de un solo encuentro, dejando de lado fascinantes relaciones que se le ofrecen sin retaceos, House es un héroe baldado que ni siquiera puede consolarse con la mitología griega porque con Aquiles, semidiós de auténtica prosapia, Zeus no fue muy benévolo.
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Asher Benatar - Novelista, dramaturgo y fotógrafo.
Entre sus libros se destacan "Kindergarten" y "La zanja".