Algunos son simpáticos, otros aburridos, también los hay solemnes y soberbios. Con ellos es imposible mantener una conversación, porque con su verborragia descolocan a los interlocutores. Los que hablan sin parar se escudan detrás de una catarata de palabras, utilizando el lenguaje como barrera y no como instrumento para comunicarse. El problema no es lo mucho que hablan sino lo poco que escuchan.
Generalmente son personas ansiosas, que utilizan la palabra como defensa ante el temor a ser invadidos por el otro. Ocultan su mundo interno, no se valoran y creen que sólo valen por lo que muestran. Este disfraz les sirve para evitar sincerarse consigo mismos y con los demás. Pueden mostrarse efusivos, optimistas y seguros, cuando en realidad son personas que tienden a la soledad, el pesimismo y la actuación.
"Es un síntoma defensivo", lo define Manuel Andújar, ex presidente del Grupo de Psicoanálisis de Tucumán. "Indudablemente existe una barrera entre él y el otro; de una manera impostada trata de demostrar que escucha pero en realidad dice palabras vacías. Hace una metonimia en forma continua (engancha una idea con otra sin terminar de redondear)", grafica el profesional.
Lo que hay por detrás
La persona verborrágica -pueden ser tanto varones como mujeres- se va en adjetivaciones para poder seguir hablando sin parar. "Son conceptos sin significado", dice Andújar. El eje de la cuestión es que para el charlatán la palabra se convierte en una barrera en vez de ser un puente de comunicación. "Y en el fondo de esto hay una situación de angustia. Para él hablar hasta por los codos es un mecanismo de defensa para ocultar un malestar. Detrás puede haber un hombre tímido como también alguien que esconde las peores intenciones, no lo sabemos", señala el profesional.
Cómo actuar
¿Estamos frente a un neurótico o a un perverso? Hay mecanismos para poner freno a las invasiones de un verborrágico. "Si se trata de un problema de inhibición, en la vida social y dentro del marco del buen trato, hay que posible decir: ?bueno, ahora dejame hablar a mí". Pero se existiera la posibilidad de pensar que se trata de un engaño o una trampa tendida por el que habla demasiado en cuando uno advierte que va tejiendo una red en su manipuleo, conviene decir simplemente ?ya te he escuchado?", recomienda Andújar.
"En realidad, esto es la puerta de entrada a un mundo más profundo, complejo y angustioso. La verborragia es la punta de un iceberg, no es una enfermedad en sí misma", aclara.
Un ida y vuelta
"La comunicación sólo puede existir cuando hay una ida y vuelta del mensaje y no cuando la conversación es, en realidad un monólogo. En un diálogo, hablante y oyente están intercambiando constantemente los papeles y los puntos de vista. Cuando uno de los interlocutores habla solo de sí mismo e interrumpe al otro para aportar experiencias y consejos que sólo le sirven a él, el diálogo se transforma en un monólogo y no se cumple el objetivo esencial de la palabra que es la comunicación", afirma la docente de Lengua, Claudia Herrera.
Muchas veces, la ansiedad provoca que las personas hablen demasiado porque el silencio las hace sentir expuestas. Sostener el monopolio de la conversación evita tener que escuchar lo que ellos no quieren oír. También es una forma de agresión encubierta: los interlocutores sufren en silencio esperando ansiosamente la oportunidad de decir algo, pero se sienten obligados, por cortesía, a escuchar.
Los habladores compulsivos viven el silencio como una amenaza, porque los asusta el contacto con su propia intimidad, señalan los profesionales. Al hablar impiden que el otro piense y se exprese.