Durante siglos los seres humanos admiraron el cielo y soñaron con ser como las aves, dueñas de las alturas. Conquistar este sueño  desveló a grandes figuras como  el pintor e inventor Leonardo Da Vinci, quien construyó máquinas con la intención de volar, tratando de imitar a las aves y los murciélagos. También dio lugar a la creación de leyendas, como la de los atenienses Dédalo e Ícaro, culminando con la vida de este último en un acercamiento al sol.
A sólo 29 kilómetros de la capital tucumana, sobre el cerro San Javier, volar es posible. Correr a toda velocidad y con fuerza e impulsarse al aire dejando atrás la montaña, abriendo las brisas de las yungas, materializa el sueño. Al principio, un temor particular y la incertidumbre se apoderan de la mente y el cuerpo del viajero. Crece cuando, sobre el verde césped, se abren las velas y se puede divisar unas correas muy finitas que en instantes lo sostendrán en el aire. Los instructores y los pilotos bromean y se ríen despreocupadamente mientras preparan el vuelo. El temor de precipitarse al vacío se hace presente mientras ponen los arneses y seguros... pasan muchas cosas por la cabeza, pero llegó el momento.
Luego de recorrer un trecho corriendo se empieza a sentir como la vela se llena de aire y opone resistencia. La adrenalina recorre cada extremidad. De golpe, no se siente más la tierra debajo de los pies y el paisaje se abre en su inmensidad. Las emociones traslucen de muchas maneras, para algunos son gritos, unos ríen y otros, simplemente, se mantienen en silencio mientras el viento les golpea el rostro.
Sólo se escucha el viento pasando a través de las cuerdas y la vela. El viajero ya está surcando los aires. "Muy bien, ya estamos en el aire, ahora despreocupate y disfruta del viaje que está todo bien", le dice al cronista de LA GACETA el instructor de vuelo Gustavo Schmieloz.

Miniaturas
Las copas de los árboles se ven pequeñas, se pueden divisar los techos de las casas, donde sus habitantes salen a saludar, y los autos que recorren la ruta forman parte del paisaje. Lo más impactante es ver desde las alturas la capital tucumana con sus edificios y los campos de los alrededores.
"Tucumán es uno de los mejores lugares de Sudamérica, por lejos, para volar. Sobre el temor a los accidentes, la gente que quiera volar que venga y lo pruebe. Tiene que hablar con gente que se dedica a esto, informarse y contactarse con profesores. Además, estos son vuelos libres, no se trata de caer. El parapente es un planeador, nunca se tiene la sensación de vértigo brusco. Se despega y se planea, es un deporte muy sano", afirma el piloto Carlos Guardia, quien compitió en varias competencias en Argentina, Croacia, Eslovenia, España y en abril pugnará por la Copa del Mundo en Brasil.
"La sensación de volar es indescriptible, uno trata de poner en palabras algo que no se puede. Lo que uno siente es muy personal", apunta el piloto. Una vez en el aire, un barómetro (instrumento que mide la presión atmosférica) marca con sonidos cuando una corriente de aire puede elevar un poco más al parapente. Los pájaros parecen estar al alcance de la mano y no se intimidan con la presencia de los planeadores. Algunos instructores sugieren imitarlos.
"Este deporte necesita de diferentes materiales de seguridad. El ala, los arneses y la silla donde va sentado el piloto y el viajero. Se llevan dos paracaídas, uno principal y otro de emergencia. En cuanto a los accesorios por lo general se lleva una radio para comunicar cualquier novedad, barómetro y en algunos casos GPS. El uso del casco es obligatorio", afirma el piloto e instructor Nahuel Arcuri .

Los inicios
La actividad nació en los años  70 como anhelo de descender las montañas volando (parapente: paracaídas de pendiente). Hoy es un deporte dentro del vuelo libre, sin motor. La provincia es una plaza  donde se lleva a cabo una de las fechas del Campeonato Argentino de Parapentes, entre los meses de septiembre y octubre.
El parapente no es sólo un deporte, sino también un placer. Una de las tendencias que está en ascenso, es la de regalar vuelos en vez de regalos para los cumpleaños. Padres, novios y esposos complacen a sus seres queridos obsequiando un vuelo.
"Volar me cambió la vida", define Sebastián Malizia, abogado. "Es como un cable a tierra. Abstrae los pensamientos, hay que ocuparse del equipo, de las corrientes de aire por cuestiones de seguridad y disfrutar del paisaje. Siempre admiré los planeadores y, como si mi camino estuviera marcado, una vez me cambié de casa y un vecino que lo practicaba me pasó el número de un instructor y comencé. No tengo palabras para explicar lo que se siente", afirma Malizia antes del despegue.
Durante el trayecto, el instructor se encarga de hacer sentir bien al viajero, que ya dejó el nerviosismo previo a la partida. En el horizonte se ven, en diferentes tamaños, otros parapentes. El final se aproxima, y como no hay muchas corrientes de viento, el descenso es tranquilo. Con las piernas levantadas, un pequeño golpe anuncia la llegada a tierra firme. Mientras se guarda la vela, se puede observar a otros descender. Una vez más hay que mirar para arriba para ver el cielo, un lugar posible de alcanzar.

El peso
240 kg soporta una vela para vuelos preparada para dos personas, funcionando en forma óptima.

El costo
$ 250 es el precio para un vuelo biplaza, por persona. Las reservas deben hacerse con un día de anticipación.