Es el 3 de agosto de 1999 y la postal del microcentro capitalino no tiene nada de invernal. El intendente Oscar Paz ha presentado la renuncia y los trabajadores municipales protestan por partida doble. Se quejan por la falta de pago; pero sobre todo por la incertidumbre que les genera el cuadro político. En medio de ese hervidero, con la guardia policial desplegada a pleno frente a la Casa de Gobierno, Augusto Ezequiel Guerrero está enfrascado en lo suyo. Sus 9 años lo habilitan a ensayar toda clase de malabares con la pelota, ajenos a la explosiva situación que lo rodea. Apenas un retazo de colorida inocencia entre semejante tensión.

Recuerdos fotográficos: una rotonda más nueva de lo que muchos piensan