La referencia a los “hombres que tienen sexo con hombres” es frecuente en la literatura médica y en la investigación social. A menudo mencionado con las siglas HSH, o más coloquialmente como “bud sex” (“sexo entre colegas”). Ambos términos aluden al sexo entre hombres que no se consideran necesariamente gays.
De hecho varios evitan por completo estas categorías o, incluso, se autoperciben heterosexuales. Este tipo de interacciones solía asociarse a los straights que, circunstancialmente, se encontraban en contextos donde no había mujeres disponibles: ambientes rurales, cárceles o barcos de alta mar. Pero lo cierto es que se trata de una conducta que ocurre en muchos otros ámbitos y situaciones.
Un estudio de 2010 en que se entrevistó a hombres que se identificaban como heterosexuales y que habían participado en actividad sexual con otro hombre el año anterior, vio que éstos no consideraban dicha actividad como discrepante con su identidad, principalmente por cuatro razones: había sido poco frecuente; era percibida como algo recreativo o como un deporte (a modo de actividad física o para aliviar el estrés); lo habían hecho por una necesidad económica (eran consumidores de sustancias); y por último, ocurrió “por accidente” (no era su “culpa” o estuvo más allá de su control: en estado de embriaguez, por ejemplo).
Otro dato que probablemente colaboraba a la vivencia no-gay de la conducta sexual era que, en estos encuentros, los sujetos evitaron besarse, abrazarse, hablar con el otro varón (incluso mirarlo) y se fueron inmediatamente después de tener sexo.
Sexo por admiración
En “Antes que nada”, el libro autobiográfico de Martín Caparrós, tremendamente honesto y bien escrito, revela un encuentro sexual de juventud con Juan José Saer en París.
En su relato cuenta que “el gran Saer me propuso acompañarlo hasta su casa para mostrarme unos manuscritos de su próxima novela que, dijo, quizá me interesaran”. Pero el autor de “Nadie nada nunca” tenía otras intenciones: “Cuando llegamos a su departamento -su mujer no estaba-, Saer sacó unos cuadernos escritos, me mostró uno o dos, nos sentamos en un colchón que había en el living a mirarlos, y tardó muy poco en empezar a acariciarme”.
Y va una curiosa reflexión de Caparrós: “era, en ese momento, mi escritor preferido y, además, me parecía tilingo y reaccionario resistirme. En esos días de experimentos y aperturas hacer esas cosas era mucho más moderno que no hacerlas, y ser moderno era mucho más atractivo que no serlo”.
Al parecer el encuentro no fue muy memorable -literal- ya que Caparrós no recuerda haber sido “penetrado” (“pero tampoco estoy seguro de que no”). Sí refiere una certeza: “sé que no me dio placer; sí acaso la sorpresa, el interés, las ganas de saber cómo era eso: yo nunca había tenido sexo -alguna forma de sexo- con un hombre, y esa carencia me pesaba, me decía que no probarlo era una mariconada. Y además era él”.