Por Verónica Di Gregorio

Para LA GACETA - BUENOS AIRES

Jane Austen vivió en plena época del período de la Regencia en Inglaterra (1811-1820), una década de transformaciones económicas, culturales y tensiones sociales sin precedentes. Jorge IV -nombrado príncipe regente cuando su padre quedó inhabilitado debido a una enfermedad mental- promovió una cultura de lujo y ostentación, en marcado contraste con la austeridad de su padre y la rigidez moral de su madre, la reina Carlota. Esta dicotomía entre excentricidad y estricta moral incidió fuertemente en los patrones de conducta de la sociedad.

Mientras tanto, la industrialización se profundizaba en Inglaterra, generando una vorágine de cambios económicos y sociales. La pujante burguesía buscaba denodadamente acceder al mundo selecto de la aristocracia y, a medida que el poder económico y el linaje comenzaban a mezclarse, la reacción de la aristocracia fue distinguirse aún más, refinando al extremo sus costumbres y volviéndose ferozmente exclusiva. De este proceso surgieron códigos y expresiones propias, ligados a protocolos sociales cuyos atributos fundamentales era el honor y la etiqueta.

Aunque Jane Austen no pertenecía a ese selecto mundo, conocía a la perfección sus normas y costumbres. Las visitas recurrentes a sus hermanos le permitieron tomar contacto directo con la alta sociedad terrateniente y con la intensa vida social londinense. Durante sus estadías en la estancia de su hermano Edward -adoptado por unos parientes de alto estatus social - se codeó con la élite rural; y a través de su hermano Henry, que vivía en Londres, se inmiscuyó en la vida social burguesa de la capital: el teatro, los bailes y las reuniones. La combinación de ambas experiencias le brindó una amplia visión de la sociedad inglesa, que plasmó en sus personajes con una mirada aguda y realista sobre las relaciones humanas, teñida de una sutil ironía.

El promenade de la alta sociedad

Cautivada por el universo literario de la autora y las novelas que describen la vida de la aristocracia y alta sociedad en la época de la Regencia, dediqué un viaje a Londres para visitar los lugares emblemáticos donde vivían y socializaban. Para ambientarme aún más y sentirme una verdadera Janeite (término utilizado para describir a los fanáticos de Austen), me puse un traje de época comprado en la web, y partí rumbo a Hyde Park, el parque de moda. Al caer la tarde, damas y caballeros circulaban por allí para “ver y dejarse ver”, en un paseo que solía durar horas debido al alto tráfico de carruajes, caballos y peatones aglomerados por Rotten Row, la calle que bordea al parque. Sorprendentemente, todavía se puede cabalgar por allí, e incluso hay establos donde es posible alquilar caballos. Elegí uno y salí a galopar con mi flamante traje, el mejor preludio para comenzar mi recorrido por la Londres de la Regencia.

El ton y la temporada londinense

Después de la cabalgata, caminé hacia el barrio de Mayfair, donde se encontraban las mansiones de las familias más elitistas de la época que se ubicaban sobre Grosvenor y Berkeley Square. The ton, como se autodenominaban -la etimología proviene del francés le bon ton, “el buen tono”-, residía en los barrios de Mayfair y St. James durante la temporada londinense, que tenía lugar en los meses de primavera y verano. La temporada coincidía estratégicamente con las sesiones del Parlamento, de modo que los aristócratas pudieran atender sus asuntos políticos y, al mismo tiempo, participar de los principales eventos sociales. Poco queda hoy de aquellas construcciones georgianas, demolidas durante el siglo XX para dar paso a embajadas, edificios de oficinas y desarrollos comerciales. Aun así, el barrio conserva un carácter señorial y un aire histórico que evocan su pasado aristocrático.

En Berkeley Square funcionaba la heladería y pastelería más famosa de la época, Gunter’s: uno de los establecimientos más “respetables” donde las damas podían comer fuera de sus casas sin perder decoro. Pero Gunter’s no era solo una heladería sino una de las salidas sociales de moda a la que se podía asistir sin necesidad de chaperones. Las señoras y señoritas estacionaban sus carruajes abiertos frente al local y los mozos les llevaban los helados a los carruajes en copas de plata y cristal, mientras los caballeros se acercaban para ofrecerles conversación. Aprovechando que en ese mismo lugar hoy funciona un restaurante de sándwiches, me senté a comer algo allí, frente a la plaza, preguntándome qué pensaría el refinado Sr. Gunter de aquel local de comida rápida que ocupa el lugar donde se ubicaba su lujoso establecimiento…
A pocas cuadras se encuentra la famosa Bond Street, calle que en tiempos de la Regencia era una pasarela del ton en donde las mujeres de la alta sociedad compraban sus vestidos, zapatos, joyas, sombreros y accesorios. Hoy en día, Bond Street sigue siendo una de las zonas comerciales más exclusivas de Londres, con boutiques de alta costura y joyerías como Cartier, Dolce & Gabbana, Hermes, Jaeger-LeCoultre y Prada. Precios imposibles pero vale la pena el espectáculo para deleitarse.  

El corazón masculino de la Regencia

Cruzando Piccadilly, una de las calles más elegantes de la época, llegué al barrio de St. James, el distrito de los exclusivos clubs de caballeros -White’s, Brooks y Boodle’s- a los que pertenecía el núcleo masculino de la aristocracia. Allí se reunían a hablar de política, apostar y jugar al whist, antecedente del bridge. Cada club representaba una orientación política y social diferente. White’s era el más aristocrático y exclusivo de los tres, bastión de los conservadores, o Tories y famoso por su libro de apuestas en el que se jugaban tierras, grandes sumas de dinero y hasta matrimonios. Brooks era su rival político, el club de los reformistas y liberales, los Whigs.  Boodle’s también era conservador al igual que White’s, pero menos exclusivo y frecuentado sobre todo por terratenientes. Los tres edificios están casi intactos con excepción de algunas reformas, y hoy siguen funcionando como clubs selectos y exclusivos para hombres, aunque el debate sobre la membresía de mujeres gana cada vez más fuerza.

Las debutantes y el “marriage mart”

Siguiendo por St. James Street se alza el Palacio de St. James, que en tiempos de la Regencia era la residencia de la reina Carlota y hasta hoy funciona como sede ceremonial de la corte. Allí tenían lugar las famosas presentaciones ante la Corte de las debutantes.

Las debutantes eran las jóvenes mayores de 17 años que ya habían finalizado sus estudios en academias o con sus institutrices y estaban listas para insertarse en lo que se llamaba el “marriage mart”. Esta expresión, cargada de cinismo, aludía a un “mercado matrimonial” en el que las familias buscaban concretar los llamados matches: alianzas convenientes según estatus y fortuna, donde el amor quedaba relegado a un segundo plano y reducido, en la práctica, a un intercambio de linajes y dotes.

 El ritual de presentación de las debutantes ante la Reina, era un gran acontecimiento al que solo podían acceder las jóvenes de familias aristocráticas o aquellas que tenían vínculos con la nobleza y contaban con el madrinazgo de alguna dama con llegada a la Corte. El acto duraba apenas unos minutos en los que la joven debía acercarse a la Reina, hacer una reverencia y retroceder lentamente sin darle la espalda a la monarca. Como la reina Carlota no comulgaba con la moda de la época, exigía una vestimenta anticuada con faldas con miriñaque, cola y tocados con plumas de avestruz. Esto generaba nerviosismo entre las jóvenes que, al no estar acostumbradas a esas vestimentas, temían tropezar y hacer el ridículo; por eso pasaban meses practicando la reverencia. Usualmente la Reina permanecía sentada y contestaba la reverencia con un leve movimiento de cabeza, gesto que implicaba la aprobación de la presentación. Excepcionalmente podía agregar alguna frase cuando la debutante pertenecía a una familia destacada o cuando le impactaba algún atributo, comentario que podía convertir a su destinataria en la “joya de la temporada”.  Por el contrario, un gesto de desaprobación podía ser demoledor para el futuro de la joven y su familia.

Almack’s: el pulso del marriage mart

Doblando por King’s Street se encontraba Almack’s, el famoso salón donde todos los miércoles se celebraban los bailes más selectos de la temporada y el lugar donde se decidía quién pertenecía o no al ton.  Ingresar a Almack’s era casi una odisea para muchos. Su admisión estaba controlada por seis damas de la nobleza llamadas las patronesas, quienes otorgaban vouchers, solo a aquellos que contaban con una combinación de linaje y comportamiento intachable. Excluir a los “nouveaux riches” y a los nobles con mala fama era moneda corriente. Además, eran ellas quienes autorizaban a las debutantes de conducta “impecable” a bailar el vals, un baile todavía polémico pero cada vez más aceptado por la alta sociedad.

Ir a Almack’s era el súmmum de la temporada para muchas debutantes ya que les ofrecía la posibilidad de forjar alianzas matrimoniales con los herederos más codiciados. Por el contrario, para las jóvenes sin dote o consideradas poco atractivas e ignoradas por los caballeros, la experiencia podía convertirse en una auténtica pesadilla: quedaban relegadas al papel de “wallflowers”, aquellas a quienes nadie sacaba a bailar, durante toda la temporada.

El edificio original fue demolido durante la Segunda Guerra y hoy solo queda una placa conmemorativa que marca la ubicación donde se encontraba el emblemático salón.

Los jardines de Vauxhall

Cuando caía la tarde tomé un barco y crucé el Támesis rumbo a Vauxhall, para recorrer el lugar donde alguna vez se extendieron los célebres Jardines, escenario de innumerables anécdotas románticas y episodios dramáticos de la Regencia. No existe novela ambientada en la temporada londinense que no mencione su encanto: visitar los Jardines de Vauxhall era una de las salidas más esperadas del calendario social.
Los Jardines ocupaban una enorme superficie, con pabellones, templos y espacios destinados a conciertos, óperas y bailes de máscaras, siempre precedidos por fuegos artificiales. A diferencia de Almack’s, Vauxhall tenía una reputación ambigua. No era territorio exclusivo del Ton: se mezclaban distintas clases sociales y, aunque su iluminación con miles de lámparas de colores era famosa, muchos sectores permanecían en penumbra, escenario ideal para encuentros amorosos clandestinos que escandalizaban a la sociedad más estricta.

Hoy solo queda un pequeño parque llamado Vauxhall Pleasure Gardens, ya que los jardines cerraron en 1859 y la zona se urbanizó. Sin embargo, navegar por el Támesis al anochecer con el Palacio de Westminster iluminado y el Big Ben de fondo, fue una experiencia única, tanto como sumergirme en el universo de la Regencia que Jane Austen supo observar con notable lucidez y crear esa literatura cargada de humor e ironía que hoy sigue vigente.

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