Una nota editada en LA GACETA del 05/12 a cargo del periodista José Názaro, nos revela la angustiante preocupación y zozobra de una madre valenciana que vuelca su aflicción y ansiedad sobre la inmediatez y lo efímero de las cosas, en una misiva enviada a un diario madrileño. El mundo bulle de cambios y sensaciones, la perentoria y apremiante marca el rumbo y nos aliena en un vértice arrollador. El aluvión informático emparentado a la tecnología no da tregua, nos revela un mundo nuevo, futurista, diligente. Todo gira a un ritmo vertiginoso y veloz; hasta los despachos informativos se desactualizan en contados minutos; vivimos atrapados en una maratón de hechos y noticias. En esta puja por estrujar el tiempo al máximo, estamos agotando el mañana. Nos hallamos a merced de una sociedad mercantilizada, donde muchas cosas parecen haberse esfumado; prima el positivismo de las cosas superfluas y la idolatría a lo trivial. Sobre este tema en su libro “Vida líquida” el pensador y filósofo polaco Zygmunt Bauman desanudaba una serie de impresiones sobre la existencia cotidiana de sociedades que privilegian la velocidad por sobre la duración y en la que todo tiene fecha de caducidad. Su concepto de “modernidad líquida” ha sido clave para describir un mundo actual en que se pierden las raíces y en el que la identidad es el consumismo. El valor de la paciencia y la sabia espera ha sido devorado por esta vorágine arrolladora que no sabe del mañana y reduce todo a una desbordante prisa. Ante tanto alud vertiginoso, siempre es indispensable hacer una pausa, buscar un refugio entre los cosas gratificantes de la vida, es decir, expansionarnos con lo demás. Con algunas décadas a cuestas, añoro con fruición los momentos que tenían sabor a una apacible calma y que cada acto vivificante semejaba un piélago de ternura y placer. Por ejemplo, recuerdo efusivamente las charlas con mi abuelo italiano bajo el placentero sosiego de un níspero cuyo fruto, la níspola, disfrutábamos con deleite, como también el perfume arrobador que nos llegaba de un cercano jazmín paraguayo. Nos envolvía en un placentero aroma los cálidos atardeceres de estío y que hoy me estremezco al recordarlos. En esta época de revisión y examen de valores y metas, hay un pecado capital más moderno: el snobismo, por ejemplo.
Alfonso Giacobbe
24 de Septiembre 290 - S. M. de Tucumán