La ciencia -y la paciencia- están detrás de cada nueva variedad de caña obtenida, para que se produzcan los pasos tras los cuales una semilla llega a convertirse en cañaveral.

El mejoramiento genético no es solo un proceso científico. Se trata de una apuesta estratégica para la economía tucumana. Cada nueva variedad que surge del trabajo paciente de la Estación Experimental Agroindustrial Obispo Colombres (Eeaoc) sostiene la competitividad de los ingenios, mejora el margen de los productores y da estabilidad a toda la cadena sucroalcoholera.

En una actividad marcada por los cambios climáticos, sanitarios y de mercado, este programa es uno de los pilares silenciosos que permiten que Tucumán siga siendo un referente regional. Allí, en ese largo trayecto que va de una semilla diminuta a un cañaveral en producción, se juega buena parte del futuro económico de la provincia.

A raíz de ello resulta muy importante destacar el invisible origen de cada variedad.

Una nueva variedad no nace de un día para el otro. Detrás del proceso hay más de una década de ciencia, de paciencia y de selección. Ese trabajo, casi invisible para la mayoría, abre caminos hacia mejores rindes, hacia más oportunidades para los productores y hacia una mayor solidez para la economía del NOA.

Carolina Díaz Romero, mejoradora genética de la Eeaoc, nos cuenta sobre este proceso indispensable para la agroindustria sucroalcoholera. La liberación de una nueva variedad de caña de azúcar en Tucumán es un día de fiesta. En los campos, productores, técnicos e ingenieros se reúnen para escuchar el anuncio y para recorrer las parcelas donde se muestran las variedades que llegan a ese momento culminante. Para quienes trabajaron en silencio durante más de una década, ese día tiene un sabor especial: es como presentar en sociedad a un hijo largamente esperado.

“Lleva entre 12 y 14 años de trabajo constante”, explica Díaz Romero. “Para la mayoría de los productores, el proceso recién se vuelve visible cuando los clones destacados se prueban en sus campos. Pero lo cierto es que antes hubo miles de pasos que permanecen casi invisibles”, agrega.

Esa invisibilidad es parte de la paradoja de esta tarea. La caña que se planta en la provincia, que sostiene la economía de ingenios, de productores y de trabajadores rurales, tiene un origen que pocos conocen. Su punto de partida no está en los surcos del productor, sino en la infraestructura científica de la Eeaoc, donde se combinan germoplasma, cámaras de fotoperíodo, invernáculos, ensayos a campo y tecnologías de diagnóstico. Allí comienza un camino que se extiende durante más de una década y que busca anticiparse a problemas futuros, cuando aún no se sabe cómo será el clima o qué enfermedades afectarán a los cañaverales.

El procedimiento es un largo recorrido que debe realizarse para poder obtener una buena semilla. Todo empieza en el banco de germoplasma. Allí la Eeaoc mantiene una colección viva con más de 800 genotipos; en cierto modo, una biblioteca genética a cielo abierto. Cada año, el equipo de mejoramiento elige qué progenitores utilizará en los nuevos cruzamientos. No se trata de una decisión improvisada: detrás hay registros de rendimiento, de comportamiento frente a enfermedades, de capacidad de transmitir características favorables y, en los últimos años, de información genética obtenida mediante estudios moleculares.