Cuando los clones superan las primeras etapas, llega la hora de salir del ámbito estrictamente experimental y de enfrentar la diversidad de la provincia. Es el momento de los ensayos regionales. “Los clones más prometedores se prueban en distintos campos de productores”, cuenta Carolina Díaz Romero, mejoradora genética de la Estación Experimental Agroindustrial Obispo Colombres (Eeaoc).

Esa etapa, conocida como etapa 5, es decisiva: allí se pone a prueba cómo responden las nuevas cañas a los distintos suelos, microclimas y manejos. La Eeaoc coordina esta red de ensayos, que funciona como un examen a cielo abierto. El resultado define si un clon merece convertirse en variedad.

En ese punto, la selección ya no se mide solo por los rendimientos de azúcar, sino también por características agronómicas clave: resistencia a heladas tempranas, tolerancia a enfermedades y adaptabilidad a la cosecha mecánica. “Es la última instancia donde todavía podemos decir que no”, explica. “Llegar hasta ahí no garantiza nada. Solo uno o dos clones alcanzan la meta final”.

De 15 a 20 candidatos, apenas un par se consagran como nuevas variedades comerciales. Sin embargo, antes de que lleguen al productor, hay un paso más: el Proyecto Vitroplantas, que multiplica caña semilla sana para asegurar que el material liberado conserve pureza, vigor y sanidad.

El ciclo culmina en la jornada de campo, el día de la liberación. Allí se anuncia oficialmente la llegada de una nueva variedad a los productores e ingenios. “Ese es el momento más emocionante que pasamos lo que trabajamos en el proceso”, reconoce Díaz Romero. “Después de más de una década, finalmente vemos nacer a la caña que imaginamos muchos años atrás”, celebra.