“Ya no tengo miedo a nada”, decía Gonzalo Urueña con una sonrisa en una entrevista con LA GACETA en 2017. Esa muestra de coraje es también la frase que hoy lo resume. Su muerte repentina, ocurrida el miércoles en Buenos Aires, sorprendió al mundo artístico de Tucumán y a quienes lo vieron trabajar con la vida cultural de la provincia. Productor, gestor cultural y presidente de Central Córdoba, Urueña ayudó a convertir al histórico estadio en un escenario imprescindible del norte. Su partida deja para quienes lo conocieron un legado marcado por la pasión, la familia y una energía que parecía inagotable.

Hasta hace muy poco, Gonzalo seguía moviéndose rápido, intenso, con una idea nueva en el bolsillo y otra por concretar. Son sus amigos y familiares quienes lo describen así. Con ternura y también sorpresa al tener que mencionarlo en pasado. Para ellos era un hombre que vivía de camarín en camarín, que encontraba historias donde otros no miraban, que armaba fechas como quien respira. Por eso la noticia de su muerte paralizó a todos. “No lo podemos creer”, dijo su hermano al anunciar su fallecimiento.

Urueña presidió el Club Atlético Central Córdoba y fue uno de los responsables del proceso de modernización del estadio. Bajo su gestión y bajo la mirada aprendida de su padre, Rubén, el predio volvió a brillar como espacio artístico, cultural y deportivo. Folclore, rock, música popular, artistas consagrados y emergentes, todos encontraron en Alem al 700 un escenario posible. Esa diversidad sería su sello.  

Forjado en escenarios

La producción pareció ser su lengua materna. Gonzalo creció entre música, cables, viajes y camarines. “Era un productor desde siempre”, recordó Diego “Mocho” Viruel, amigo desde la adolescencia. “Él vendía un personaje, sí, pero detrás de eso había un laburante obsesivo, muy generoso, muy alegre”, comentó. Luego, reconoció que jamás se esperó su partida. “La noticia me dejó helado”, admitió.

Viruel también rememoró esa cotidianidad que en la mirada de otros era extraordinaria. “Cenar con Abel Pintos, con Soledad, con Sergio Galleguillo… eso para él era normal, porque era lo que había mamado de la cuna”, indicó. Esa familiaridad, sumada al carácter explosivo y carismático que mostraba frente a las cámaras, lo volvieron una persona difícil de ignorar.

Fanático de la natación, amante del gimnasio y del movimiento constante, Gonzalo parecía no detenerse nunca. En redes sociales, sus amigos más cercanos así lo recuerdan. Con una intensidad que era parte de su identidad, casi una marca registrada.

Constructor de sueños

Uno de los proyectos que más definió su trayectoria fue el Festival Atahualpa. “Gracias a él empecé a trabajar en el club. Vivimos muchísimas cosas”, contó el productor Gonzalo Soraire.

Y una de las anécdotas que más resonó en su mente durante las últimas horas, ocurrió hace unos ocho años cuando viajaron juntos a Córdoba sin agenda, y terminaron en un estudio de televisión en el que pudieron difundir el festival que ambos estaban produciendo a nivel nacional.

“Él tenía ‘la posta’ para manejarse con los artistas. Me iba direccionando en este camino”, remarcó Soraire. Esa mezcla de intuición, audacia y precisión, para él, ayudó a que el Atahualpa se consolidara como uno de los encuentros más grandes del NOA.

Multifacético

Urueña también condujo ciclos televisivos dedicados a la escena local y mantuvo una relación cercana con músicos emergentes, a quienes siempre buscó abrirles un espacio, afirmó la productora Cinthia Gómez. “Era super buena onda, y tenía mucha consideración por los artistas locales”, afirmó.

En la vereda de Alem al 700, donde la vida del club se mezcla con la del barrio, también lo extrañan. “Amigo de todos, muy bueno. Saludaba a todos”, mencionó Hugo Daniel Páez, el canillita de la esquina quien lo vio hace un par de días mientras estacionaba su camioneta. Nunca imaginó que esa última vez sería, de verdad, la última.

Una voz sin filtro

En enero de 2017, Gonzalo aceptó mostrar toda su personalidad en video, en un segmento de preguntas y respuestas que produjo este medio. Allí el productor dejó frases que hoy retumban con fuerza. Cuando le preguntaron por sus miedos, respondió sin dudar: “Antes tenía miedo a la soledad. Ahora no. Ya no tengo miedo a nada”. También dijo que su ídolo era su padre; que su lugar en el mundo era París; y que su comida favorita era la improbable dupla pizza con papas fritas. Esa mezcla de humor, ternura y autenticidad lo volvía inolvidable.

Su muerte volvió a golpear a una familia que hace poco estuvo marcada por la pérdida. “Es revivir lo que pasó con su papá, pero con más intensidad”, dijo Soraire. Por eso la conmoción es doble para una sociedad acostumbrada a verlo sonriente y amigable en la calle, en las redes y su amado Central Córdoba. Todos los consultados de alguna manera sienten que además de perder a un productor clave del norte y al heredero de una tradición que marcó a generaciones, perdieron a un gran ser humano.

“Organizador, anfitrión, gestor, nadador, amigo”. Así lo recuerdan hoy quienes lo conocieron. Su legado -visible en la escena artística de la cultura tucumana- probablemente no deje de habitar esos lugares que ayudó a transformar.

Porque todos coinciden que hasta el final, Gonzalo Urueña vivió como producía. Con entusiasmo, siempre en movimiento y rodeado de afectos. Por eso, entre lágrimas, sus amigos y colegas repiten la frase que dejó su hermano: “Que lo recuerden con una sonrisa”.