No es una escenografía improvisada ni una decoración más de la temporada. Es un pesebre que lleva casi medio siglo de historia familiar y que este año estrena nuevas figuras y escenas. Sí, con más de 250 piezas (de yeso, plástico, material reciclado y recuerdos traídos del Norte), esta "obra de arte", bien tucumana, es un tesoro que se transmite de generación en generación.
Su actual guardiana es Josefa González, quien tomó la posta tras la muerte de su suegra, Elvira. “Antes lo hacía ella, y como ya no está, yo le prometí que lo iba a hacer. Y después vendrá mi hija”, le dice con emoción a LA GACETA. Esa hija es Marina Faray, quien también creció viendo cada diciembre la transformación de su casa en un pequeño Belén.
Montar este universo navideño no es simple. Demanda tiempo, dedicación y, sobre todo, unidad familiar. “Hemos empezado hace un mes antes. Hay que arreglar, poner muchas cosas… este año pensé que no llegaba”, admite Josefa. “Me enfermo una semana antes de los nervios, pero gracias a Dios y a la ayuda de mis hijos, llegamos”.
La obra incluye escenas clásicas y otras inusuales: la anunciación a María y a José, la ciudad de Belén recreada con casas hechas de cajas recicladas, un lago con agua real, pastores en movimiento y hasta la representación de la huida a Egipto. Cada detalle está pensado. “No hay nada librado al azar. Fuimos agregando imágenes que traje de Salta y Jujuy, personajes nuevos, más ovejas… hasta que ya no entraban en la estructura original”, expica Marina.
Tradición
Para ellas, el pesebre es más que un símbolo religioso; es un puente con los que ya no están. “Nos trae nostalgia. Recordamos a mi abuela, a mi papá, a los primos que se fueron al ciela. Cada año renueva algo en el corazón”, dice Marina.
Y si bien la inauguración formal fue hoy, el momento cúlmine llegará el 24 a la noche. “No brindamos en la mesa. Venimos todos acá, alrededor del pesebre. Cantamos el cumpleaños al Niño Jesús, rezamos y recién después brindamos”.
La familia es grande, casi 40 integrantes. Bisnietos y tataranietos también participan. “Cada uno trae algo, una oveja, un pastor. No los dejamos cuando se arma porque pueden romper, pero después ellos agregan lo suyo. Son parte del pesebre”, agrega Manuel, el hijo mayor.
Por último, Josefa insiste en que estas tradiciones se están perdiendo. “Hoy hay mucha pantalla. Mostrás un pesebre y los chicos no saben qué es. Antes todas las familias lo armaban… ahora casi nadie. Acá en la zona (Amalia), sólo nosotros y la capilla. Unir la familia no tiene precio. Esto nos junta a todos”.