Esta semana corta arrancó con pocas mesas ocupadas en Casablanca, el café que está a quince metros del Palacio del Congreso y que funciona como termómetro de la actividad legislativa. Un maniquí con un impermeable y sombrero fedora emulando a Rick, el personaje encarnado por Humphrey Bogart, acompaña a su amigo pianista al que nunca dijo -quizás la cita errónea más repetida de la historia del cine- “Tócala de nuevo, Sam”.
Hay ciertas melodías repetidas, en las inminencias de diciembre y en las adyacencias del Congreso nacional, durante los años impares. Un ex ministro se encuentra con un conocido en la puerta de Casablanca. Es uno de los diputados electos que juran el miércoles próximo para integrar la cámara que adquirirá otra fisonomía a partir del 10 de diciembre. Muchos de los nuevos legisladores están más preocupados por los despachos que habitarán que por su lugar en las comisiones -uno de ellos se atrincheró, alguna vez, en una de esas oficinas durante 48 horas para evitar ser reubicado-.
Otra recurrencia en los alrededores e interiores del Congreso es una pasión temporal por la aritmética. Lo que obsesiona en estos días al oficialismo es llegar a 95 parlamentarios propios, el número que podría convertirlos en primera minoría, y asegurar -con votos aliados- la mayoría requerida para la media sanción del presupuesto. La fecha marcada en el calendario es el 17 de diciembre. Eso daría tiempo para su aprobación en el Senado antes de fin de año.
El ministro del Interior, Diego Santilli, comanda una Blitzkrieg política destinada a compatibilizar las cifras parlamentarias con los deseos del Ejecutivo. Los gobernadores de Tucumán, Salta, Jujuy, Catamarca, Santa Cruz, Santiago del Estero y Misiones fueron citados, durante la semana, a fin de testear el respaldo de los dialoguistas. Entre 19 y 24 votos podrían derivar de estas conversaciones. Sumando a estos los propios y los 14 del PRO, los libertarios ya tendrían los votos para la media sanción.
El reformismo avanza
Los números se alinean con el programa reformista que impulsará las transformaciones estructurales tan recitadas como frustradas a lo largo de los años. Las dudas, más allá de los nombres, es cuánto quedará en el camino durante las negociaciones y si las nuevas leyes generarán una reactivación significativa de la actividad. Se pondrá a prueba en qué medida los empresarios no contratan trabajadores o amplían su producción o servicios por restricciones o anacronismos normativos, y cuánto operan otras razones, como las contingencias de la justicia laboral o la ausencia -o falencias- de condiciones propias, de mercado o de política económica.
Los sectores intensivos en mano de obra -la industria, el comercio y la construcción- muestran cifras de empleo sostenidamente decrecientes. Los que crecen -agro, minería, energía, tecnología, bancos- están lejos de compensar las caídas. Ese es uno de los puntos más preocupantes del modelo económico del mileísmo. Proyecta un futuro que en un lustro podría multiplicar por tres la actual generación de dólares pero sin absorber, en el camino, los efectos en el desempleo generado en los otros sectores. Es el riesgo de un “esquema peruano”: macro ordenada y micro lastimada.
Una economía dual
Hoy reina cierto desconcierto al evaluar la salud de la economía. El Indec anunció un crecimiento interanual de un 5% pero de la heterogeneidad en su distribución derivan sensaciones encontradas.
El especialista en consumo Guillermo Oliveto marca que un segmento -clases alta, media alta y un porcentaje de los trabajadores formalizados de la media baja- es el que impulsa un notable crecimiento de las compras de electrodomésticos, motos, autos, turismo e inmuebles. El resto -un 70% de la población- es el que explica una caída significativa del consumo masivo.
Mientras el Presidente cree que son tiempos en los que hay que acelerar hacia un modelo de desregulación y apertura, economistas que él respeta, como Ricardo Arriazu, alertan sobre los riesgos de un proceso que puede traer destrucción industrial y de empleo mucho antes de generar los beneficios de la inversión en los sectores estratégicos.
Referentes de la UIA muestran los efectos de la apertura agresiva de las importaciones en la industria local. “De una importación de 5.000 lavarropas y 10.000 heladeras por mes, el año pasado, se pasó a 87.000 y 80.000 en 2025”, apuntó Paolo Rocca, CEO de Techint. Los productores nacionales se quejan de una apertura abrupta que los pone a competir con productos chinos, que llegan por Shein y Temu, antes de implementar la baja de impuestos, reestructurar el régimen laboral y terminar de ordenar la macro.
Carlos Rodríguez, referente de la ortodoxia y ex jefe del equipo de asesores económicos de Milei, es demoledor en su diagnóstico: “La Argentina productiva corre muy por debajo de la Argentina financiera. Así no se construye un país”. Otro ex integrante de ese equipo, Fausto Spotorno, ofrece una mirada contemplativa: “Hasta ahora tuvimos un plan de estabilización y no podíamos pedirle foco en la actividad mientras apagaba un incendio. Pero vamos a un modelo en el que los recursos se redistribuirán de los sectores menos competitivos a los más competitivos, que son los que moldearán la economía”.
Pesado pasado
Hoy el riesgo argentino -a pesar del apoyo de Donald Trump, la apertura parcial del cepo, el acuerdo con el FMI y el resultado electoral- tiene cien puntos más que el que teníamos en enero y entre 400 y 550 más que Colombia, México, Brasil, Panamá, Costa Rica, Guatemala, Perú, Paraguay, Perú, Chile y Uruguay. Los defaulteadores seriales necesitamos mucho tiempo con buena conducta para ganarnos nuevamente la confianza de los inversores pero, además, al mercado le sigue haciendo ruido la estrategia económica del Gobierno. Está en mora con la acumulación de reservas pactadas con el FMI -por lo tanto es vulnerable ante un cisne negro que produzca una huida de capitales de los mercados emergentes- e insiste con su rígido esquema de bandas para contener el dólar.
El Ejecutivo confía en que la sanción del paquete de reformas abrirá las puertas del acceso al crédito a la Argentina. Esa es la apuesta del Gobierno para salir del dilema “compra de reservas/aumento de inflación”.
La discusión de fondo es cómo manejar la transición hacia el modelo que busca traccionar la economía con las locomotoras del petróleo, el gas y la minería, sumadas a la del agro, con una industria sufriendo grandes cimbronazos durante esa metamorfosis. En el corto plazo, el tipo de cambio condiciona la situación de muchos sectores y la ausencia de compra de reservas retrasa una monetización de la economía que podría fogonear la actividad. Una carta a la que Economía apuesta fuerte, para compensar los desequilibrios, es el proyecto de inocencia fiscal -resolución que busca convertir en ley- para atraer dólares del colchón al sistema.
Nuevas canciones
Durante décadas, el vértigo argentino nos brindó una falsa sensación de avance en el camino de la Historia. Pero nuestras vidas transcurren al compás de un disco rayado con repeticiones circulares. Ciclos de ilusión y desencanto, pendularidades crónicas y utopías retrospectivas de una condena kafkiana en la que nos alejamos, progresivamente, de todo progreso.
La Argentina enfrenta luces amarillas y también otra oportunidad para alterar ese destino. Eso no asombra porque siempre las tuvo. Novedoso sería aprovecharla. Marchamos hacia un fin de año inusualmente tranquilo en el cono sur dentro de un mundo convulsionado pero favorable a nuestros intereses. Con la tasa internacional a la baja y precios de los productos agrícolas históricamente altos -las variables del destino sudamericano-, marchamos hacia una cosecha récord. El Gobierno cuenta con la inercia electoral para afianzar su gobernabilidad y sancionar sus reformas, sosteniendo el crecimiento de la economía sin sacrificar el superávit. Las tormentas pueden venir del frente financiero. Pero lo inédito del panorama es que Sam, “el tío”, toca para nosotros. Suena una música distinta, alejada de la melancólica “As time goes by”, en la que se mezclan “Y.M.C.A.” y “My Way”, las favoritas de Donald.
Axel Kicillof dijo, no hace tanto, que su espacio necesitaba canciones nuevas. Hasta un entonador de letras de Sui Generis se dio cuenta de que la Argentina necesita otros ritmos. Definitivamente algo más apropiado para el verano que “Arde la ciudad” y menos espeluznante que el “Panic show” del último recital presidencial. Quizás una melodía más armónica, ecléctica y abierta a un futuro que deje atrás los estribillos del pasado.