Hay finales que se juegan más allá del resultado. En el caso de Matías Orlande, cada definición contra Tucumán Rugby tiene un hilo invisible que lo une con su historia, con la del club y con la de su propia familia. El capitán de Natación y Gimnasia vuelve a enfrentar al “Verdinegro” en una nueva final del Regional del NOA, un duelo que ya conoce de memoria, pero que sigue sintiendo como si fuera el primero.

“Sí, tiene un gusto especial –reconoce-. Por el rival, porque siempre es difícil y más lindo a la vez. Es la final que esperábamos”. En su tono se percibe la calma que da la experiencia, esa serenidad que en el rugby vale tanto como un tackle. No oculta la ansiedad, pero aprendió a convivir con ella. “La ansiedad aparece siempre y no la podemos ocultar. Tratamos de bajarla con buenas semanas de entrenamiento, enfocándonos en cada práctica, en cada charla. Eso te da seguridad y te permite llegar más tranquilo al partido. Lo importante es no pensar todo el tiempo en el sábado, sino disfrutar lo que se vive antes, porque esta también es una semana especial: la última del año de entrenamientos”, explica.

No lo dice, pero detrás de ese tono medido hay una historia larga, hecha de derrotas, regresos y reconstrucciones. Orlande formó parte del plantel que en 2021 protagonizó una trilogía inolvidable de finales con Tucumán Rugby: tres definiciones en un mismo año, y un Apertura que quedó en manos del “Blanco”. “Ese campeonato tuvo un sabor distinto –recuerda-. Veníamos de la pandemia, de mucho tiempo sin jugar. A todos los clubes les costó mantener el grupo armado. Volver a empezar fue difícil. Hubo chicos que habían dejado, otros que volvieron después de años. Por eso, cuando logramos el título, lo disfrutamos el doble. Fue la recompensa a todo ese esfuerzo por volver a arrancar la rueda”.

Pero la historia entre Natación y las finales no empezó ahí. Para entender lo que significa volver a disputar un Regional del NOA hay que retroceder a 2017, el año en que el club volvió a gritar campeón después de dos décadas. Orlande era apenas un juvenil recién ascendido al plantel superior, pero aquella campaña marcó su carrera para siempre. “Ese torneo fue durísimo. Se jugaba ida y vuelta, y si mirás los nombres, muchos de los jugadores de ese campeonato hoy están en Europa o en Los Pumas. Había un nivel impresionante. Yo estaba en mi primer año completo con el plantel y lo viví con mucha intensidad. Después del partido, mi viejo me dijo: ‘Te vas a dar cuenta de lo que hicieron recién dentro de unos años’. Y fue así. En el momento uno lo disfruta sin entender del todo, pero con el tiempo valorás lo que significó para el club. Cada año que pasa, ese campeonato se agranda un poco más. Es algo que queda para toda la vida”, dice.

En esa frase se asoma otra herencia: la familiar. Su padre también fue campeón con Natación, en la última conquista previa al 2017, allá por los años noventa. “Mi viejo fue parte de la camada que habían salido campeones en los 90’s. Me acuerdo de que después de esa final me dijo que entendiera lo que habíamos logrado, que él había tenido que esperar más de veinte años para ver al club campeón otra vez. Y tenía razón. Lo mío fue una continuidad natural: él jugó toda la vida en el club, mi mamá también viene de familia del club. Por los dos lados tengo esa ascendencia, así que no me quedaba otra. Es una de las cosas más lindas que me han pasado”, indica.

Con el paso del tiempo, Orlande se transformó en capitán. El brazalete no le cambió el carácter, pero sí la mirada. “Ser capitán es un orgullo enorme, pero también una responsabilidad. Trato de llegar con templanza, muy enfocado, sin pasarme de vueltas. Me apoyo mucho en mis compañero. Las decisiones las tomo yo, pero me gusta consensuar. En este plantel hay muchos chicos que podrían ser capitanes y eso me da tranquilidad”, señala.

Mañana volverá a estar frente a Tucumán Rugby, en otro capítulo de un clásico que se define por detalles. “Sabemos cómo juegan ellos y ellos saben cómo jugamos nosotros. Son partidos muy físicos, duros, que se resuelven por errores mínimos. La clave va a estar en cómo afrontemos los momentos buenos y malos del partido. El que mantenga la cabeza más alta, gana”, describe.

Entre esas líneas, Orlande deja ver el hilo que une pasado y presente: el 2017, su padre, las tres finales de 2021 y el presente de un club que aprendió a sostenerse arriba. “Después del título del 2017, la idea fue mantenernos entre los cuatro primeros, no volver a esperar veinte años para competir. Y eso, con el tiempo, lo logramos. Cada año el club sigue sumando chicos, sigue creyendo en esa manera de hacer las cosas. Eso es lo más importante: mantener el trabajo, mantener la identidad”, concluyó.

Cuando mañana suene el silbato inicial en Universitario, Matías Orlande volverá a sentir lo mismo que hace ocho años, cuando todavía era un juvenil. En el fondo, sabe que esas sensaciones no cambian. Las finales pasan, los nombres se renuevan, pero el orgullo de vestir la camiseta blanca sigue intacto. Porque en Natación y Gimnasia, las finales no se juegan cada tanto: se construyen todos los días.