Los resultados fueron música para sus oídos. Lo que separa a la locura de la genialidad es el 40%, se decía a sí mismo, el domingo, Javier Milei. La idea es vieja. Ya Platón y Aristóteles trazaban una frontera porosa entre una y otra. Desde el 26 de octubre, la tesis presidencial se nutre de la onda expansiva derivada de la paliza a la más poderosa maquinaria electoral de las últimas ocho décadas en la Argentina.

El éxito político, ilustraba Maquiavelo, es una mezcla de virtud y suerte. Lo difícil, muchas veces, es identificar qué efectos provienen de una u otra. Las legislativas llegaron en el momento en que los carritos de nuestra montaña rusa iban para arriba.

Vivimos en una era en que los pronósticos son imágenes de un futuro que nunca ocurrirá. Fallan sistemáticamente. Lo hicieron en la elección porteña del 18 de mayo: La Libertad Avanza saldría tercera y ganó. El 7 de septiembre habría una pelea voto a voto en la provincia de Buenos Aires, y el kirchnerismo sacó 13 puntos de ventaja. El 26 de octubre se cocinaba un empate y el mapa terminó teñido de violeta. Toda derrota, toda victoria, son provisorias.

Había un dato novedoso para prefigurar el desenlace electoral. En la mañana del 22 de septiembre, mientras se escribía la crónica de un colapso financiero anunciado, minutos antes de la apertura del mercado de ese lunes negro que no fue, apareció el tuit salvador de Scott Bessent, el secretario del Tesoro norteamericano, prometiendo que haría “todo lo necesario” para ayudar a la Argentina. Deus ex machina.

¿Y dónde está el piloto?

“Tengo un sueño recurrente”, me cuenta quien fuera el principal asesor de una de las figuras centrales de nuestra vida institucional. “Nos estrellamos en un avión. Los pasajeros estamos muy golpeados, pero sobrevivimos. Abrimos la puerta de la cabina, vemos al piloto y nos preguntamos cómo no nos dimos cuenta a tiempo de que no podía haber otro final”.

La pesadilla puede corresponder a muchos finales de gestión del último siglo. Cuando el desenlace es una crisis, el maquillaje del poder se corre. Esos rostros deslumbrantes, magnéticos o temibles adquieren un semblante pálido, frágil, muchas veces patético.

Pilotear un avión no es fácil. Solo basta ver la cantidad de relojes que se reparten en una cabina. ¿Cuál es el principal? ¿No observar el reloj más insospechado es lo que puede frustrar el plan de vuelo?

Javier Milei consagró su atención a uno: el que marca el nivel del gasto. El objetivo fue que ese indicador estuviera permanentemente en verde. El plan -económico y también el político- fue, en palabras de Juan Carlos de Pablo, “superávit fiscal más Sturzenegger (desregulaciones), nada más”. “El 26 de octubre el Presidente salió de terapia intensiva” dijo, además, el economista más cercano a Milei.

¿Cuáles fueron los relojes desatendidos? El altímetro de consumo, el del número de reservas, el de la balanza comercial, el del atraso cambiario. Y el conjunto de relojes que relevan las turbulencias políticas. Los que monitorean las estrategias propias y los que indican el nivel de consensos con otros espacios.

El superávit fiscal fue imprescindible para bajar la inflación pero no funcionó como vacuna contra una desconfianza que alimentó una demanda insaciable de dólares, socavando el esquema de bandas cambiarias y las reservas del Banco Central. Hasta que se escuchó la corneta del Séptimo de Caballería. La apuesta decisiva para su suerte, de todas las que hizo Milei, fue la que hizo temprana y efusivamente por Donald Trump.

El presidente norteamericano fue un donante voluntario de estabilidad para un gobierno que se desangraba. El vetusto eslogan “Patria sí, colonia no” no conmovió a un electorado que, asustado frente al precipicio, ratificó su voluntad de conservar el orden económico, rechazando las distorsiones y evocaciones de la casta. Aunque los tres principales candidatos de LLA provinieran de “Juntos por el cargo” (Santilli, Bullrich, Petri), su chapa y pintura violeta convocó al futuro.

Lo que la Argentina necesita

“Nuestro país necesita un loco para resolver sus problemas”. La frase, instalada en la previa de la elección presidencial y reciclada periódicamente en el discurso popular, sugiere que la sucesión de fracasos que estructuran la historia argentina exigía un cambio abrupto que solo podría generarlo un factor externo a una clase dirigente impotente, un outsider con la “locura” suficiente para romper la inercia de lo establecido.

Los argentinos fingimos demencia hace décadas. Cómo, de otro modo, explicamos nuestra convivencia con irregularidades como la inflación desbocada, un imperdonable desperdicio de oportunidades, una pendularidad patológica y una incubación cíclica de crisis que no tolera ninguna otra sociedad.

Lo sorprendente es que el “loco” fue el que nos inyectó una inédita dosis de cordura con su monomanía fiscal. En un mes ajustó el gasto que nadie lograba domar, aplicando una regla sensata, derivada de un silogismo elemental.

Síndrome de hubris

El fenómeno mileísta ha desbordado todos los vaticinios. Sus seguidores suelen burlarse de los pronósticos fallidos como el que auguraba un destino barrial al boom, con trascendencia internacional, que se desató en 2023. Pero el optimismo y la autopercepción exagerados tienen sus riesgos.

La unidad de medida original fue la temporalidad nacional. Rápidamente Milei se autodefinió como el presidente del mejor gobierno de la historia argentina.

Luego, el marco se expandió al planeta y a la especie. Se transformó en el ejecutor del mayor ajuste de la historia de la humanidad.

A nivel personal, vaticinó que ganaría el Nobel de Economía.

Recientemente, el plano terrenal y el de la comprobación científica quedaron chicos. La construcción del milagro se titula el flamante libro en el que Milei expone sus logros.

Es difícil imaginar adónde puede conducir el siguiente periplo intelectual. O quizás no tanto, ni sea tan inédito. Los milagros, finalmente, para los creyentes son excepcionalidades que ejecutan los humanos. Y también, claro, los dioses. La autodeificación es la última estación de la inflación del ego. El problema es que después de eso no se puede seguir subiendo. Suele ser, por el contrario, el inicio de estrepitosas caídas.

Todo líder es afectado, en distinta medida, por el síndrome de hubris. Suele ser el motor de sus acciones y también la neblina mental que no permite evitar un choque. Uno de los mensajes electorales es que una mayoría de argentinos, más allá del fútbol, no buscan logros desmesurados -no quieren ser la primera potencia ni batir nuevos récords- sino una vida menos adrenalínica, una “calma uruguaya” que nos releve de la consulta permanente de los indicadores de una latente confiscación de nuestros proyectos.

¿Esta vez es diferente?

“Tenemos superávit fiscal y por eso no tendremos el destino de Macri”, repiten, como un mantra, en el oficialismo. Lo cierto es que el Gobierno estuvo a minutos de chocar. El economista Ricardo Arriazu había sido categórico: “si el dólar se escapa, chau Milei”. Casi se escapó. Más que una renguera, el salvataje de Trump evitó que Milei se convirtiera en un “pato a la naranja” devorado por el kirchnerismo.

El 40% de los votos del 26 de octubre, sustancialmente, cuidó una oportunidad que se hubiese desvanecido con un triunfo opositor. Lo que debe ofrecer Milei para consolidar su gestión es estabilidad más crecimiento. Lo primero, con equilibrio fiscal y también con una compra decidida de reservas, a la que se había negado hasta ahora. Lo segundo, con una agenda reformista que requerirá consensos en el Congreso. La foto con los gobernadores -remake de la postal de la vigilia del 9 de julio tucumano en 2024- es un primer paso.

Elogio de la cordura

En julio, cuando pocos lo sugerían, planteamos desde esta columna la posibilidad de que Manuel Adorni terminara en la jefatura de Gabinete. Esa peripecia requería la demostración de la eficacia de la estrategia electoral karinista el 26 de octubre. Santiago Caputo desembarcaría a la formalidad del poder desde la titularidad de un magaministerio, poniendo a prueba la plasticidad de los vértices conflictivos del “triángulo de hierro”. Desafío geométrico en el que se juega la capacidad de instaurar una etapa de construcción política.

La transformación del panorama deberá traducirse en una proliferación de acercamientos, diálogo y avances parlamentarios. Superávit fiscal y superávit político. Poco vértigo subtropical, variables estables y escenarios previsibles que generen un horizonte con más profundidad, que permita aprovechar oportunidades que invariablemente se reciclan. Hay múltiples gestos presidenciales en la escena pero no pocos se preguntan si el león se volvió herbívoro o solo aceptó una dieta hipocalórica de la que regresará más hambriento.

¿La mayoría elegirá creer?

¿O extrañará la música de Piazzolla con letra de Ferrer?: “Quereme así, piantao, piantao, piantao…Ponete esta peluca de alondras, ¡y volá!”