Durante las últimas décadas, muchos de los de mi generación ocuparon la mayor parte de los espacios de decisión en la Argentina. Manejaron y moldearon la vida pública. Condujeron empresas y sindicatos. Legislaron. Nos gobernaron. Y lo cierto es que los resultados están a la vista: algunos buenos, muchos malos y otros muy malos también. Seguro que ellos no fueron los únicos responsables, pero sería deshonesto de mi parte negar que el país que hoy duele es, en buena medida, producto de esas decisiones, de esos errores, de esos miedos y también de las omisiones cometidas, principalmente, a lo largo de años, por una clase dirigencial que, con un hermoso país por delante y una bendita tierra en sus manos, no hizo lo que tenía que hacer y ni siquiera se sometió a juicio por mala praxis política. Este gobierno, que fue erigido y llegó de la mano de un voto primordialmente joven y transversal, corrigió el rumbo que la Argentina no conseguía enderezar desde hace décadas. Heredó instituciones debilitadas o destruidas, pobreza estructural gigantesca, un Estado ineficiente y que además amparaba la corrupción, una inflación desenfrenada y una sociedad fragmentada. Pues bien, a pesar de todo, y con mucho en contra, pero con coraje, milagrosamente este gobierno supo capear el temporal y, mientras los legisladores ponían obstáculos y palos en la rueda, el pueblo -y lejos de lo que la clase política hacía en el recinto- le brindó su apoyo, y en las urnas sorprendió a todos, incluidos los autoproclamados encuestadores. Esta generación tiene una oportunidad histórica. Los jóvenes tienen todo el derecho de conocer y también el derecho a vivir en un país normal, libre, previsible y estable, y por el cual sientan asimismo un sano y sincero orgullo. Que la Argentina pase a ser un país ordenado, como el que nosotros no supimos darles. Porque nuestra generación no pudo concretar, no supo y no logró romper el ciclo de decadencia, demagogia y malas administraciones sucesivas. Si este joven gobierno no repite nuestras miserias, no rehúye los acuerdos y gobierna para construir un futuro mejor -y no para ganar batallas efímeras-, habrá de aprovechar esta hermosa oportunidad que tiene y pondrá a la Argentina de pie. Sin dejar de reconocer el pasado, exigiremos y tendremos un futuro mejor para nuestra querida Argentina. Alexis de Tocqueville (1805-1859), pensador y político francés y autor del libro “La democracia en América”, decía así: “Nada es más fértil en maravillas que el arte de ser libre, pero nada es más duro que el aprendizaje de la libertad”. Es decir, este genial pensador reflexiona cómo, aunque generadora de progreso, creatividad y grandeza moral, la libertad requiere de una madurez cívica no fácil de alcanzar, y creo que esa es la dirección y el camino de lo que se pretende.

Juan L. Marcotullio                                                                  

Marcotulliojuan@gmail.com