COMPILACIÓN
UNA PEQUEÑA PARTE DEL UNIVERSO
HEBE UHART
(Adriana Hidalgo - Buenos Aires)
No sé escribir en la computadora: ahora eso es visto como un pecado, como fumar. Yo siempre estoy a contrapelo de las épocas: o soy de antes o soy de después”. Esta declaración de Hebe Uhart la pinta como ensayista y como persona. En los textos reunidos en Una pequeña parte del universo leemos de qué modo piensa alguien que está antes o después: como si fuera una Nietzsche de los suburbios, las ideas y las risas hablan de su condición intempestiva. Hebe Uhart deslumbró con sus crónicas y sus relatos centrados en personajes pequeños, curiosos y estrafalarios. Su faceta como ensayista es menos conocida que la de narradora. Sin embargo, al leer los textos reunidos en este volumen advertimos que existen vasos comunicantes entre la reflexión y la narración. Casi podríamos decir que ambas esferas se tocan en la elaboración de una mirada. En el caso de Uhart lo que ella ha construido en su obra narrativa tiene, como telón de fondo, una serie de observaciones e ideas que provienen de su tarea como divulgadora de la filosofía. Es decir, Uhart es una sola -en contra de la multiplicidad de haces del yo, según Hume- y lo que leemos en la narración o en el ensayo son diversas manifestaciones de ese yo.
Lo que valoramos en el pensamiento de Uhart son las iluminaciones sobre los autores, los filósofos y los textos abordados. Su mirada se sitúa en un lugar marginal o en el borde del canon. El punto de vista suele estar atravesado por el humor y la perspectiva antropológica, el desencanto y el elogio del sentido común, tal como lo entendía Hume.
Los textos estrictamente filosóficos ahondan en aspectos o problemas tratados por los filósofos académicos. Así, pasa revista por las ideas de Agustín sobre Dios, de Spinoza sobre los milagros y la naturaleza, de Simone Weil sobre el trabajo, el poder y la opresión, las disputas entre Alberdi y Sarmiento, las reflexiones de Hume sobre los animales, las pasiones y la libertad. Su preferido es claramente Hume, no sólo por el componente desacralizador de su pensamiento sino por la afición por los detalles, la perspectiva mundana, el elogio de las pasiones, las similitudes entre humanos y animales, en contra de Descartes y de la larga tradición antropocéntrica.
Un oficio pedestre
En el último texto anota: “Escribo en mi casa o en algunos cafés, de esos que quedan pocos, con ventanas chicas y adonde van unos viejos a leer el diario… No me gusta que me vean escribir; siempre imagino qué pensarán de mí esos vecinos que me ven… Nunca pude hacerlo en las casas o lugares de verano porque me viene como una obligación de divertirme; todo lo que he hecho en esos lugares -he tomado algunas notas- no tiene ningún valor. Esos escritos están llenos de falsa intensidad, como si en otro lugar yo quisiera ser otra.” Uhart nos cuenta los lugares y los momentos en los que escribe. Para mí lo más importante es que a partir de estas notas deducimos una idea del escritor: no se trata de una persona excepcional, iluminada ni genial. Escribir es una actividad como otras que se nutre de la vida diaria y que forma parte de lo cotidiano en un sentido lato. En los ensayos de Uhart percibimos que la escritura es, más que nunca, un oficio terrestre, incluso pedestre: un ejercicio mortal, demasiado humano. En contra de la concepción romántica de la escritura, Uhart nos señala que la literatura está mitificada, sobrevalorada. Y tiene razón.
© LA GACETA
Fabián Soberón