“No darme el Premio Nobel se ha convertido ya en una antigua tradición escandinava. Cada año me nominan para el premio y se lo dan a otro. Ya todo eso es una especie de rito”. La frase, pronunciada por Jorge Luis Borges en 1979, resumió con ironía una de las grandes paradojas de la literatura universal. ¿Cómo el autor de "El Aleph" y "Ficciones" -uno de los más reconocidos y traducidos del siglo XX- nunca obtuvo el Premio Nobel de Literatura?

Un veredicto “demasiado exclusivo o artificial”

Durante décadas, la respuesta a esa omisión fue atribuida a causas políticas. Sin embargo, un informe desclasificado de la Academia Sueca en 2017 reveló otra versión. Según publicó el diario sueco Svenska Dagbladet, el Comité Nobel de Literatura rechazó la candidatura de Borges en 1967 por considerar su obra “demasiado exclusiva o artificial en su ingenioso arte en miniatura”.

El comentario, firmado por el entonces presidente del Comité, Anders Österling, sería casi un elogio para cualquier lector de Borges. Pero en el contexto del premio, fue una condena. Ese año, el Nobel fue para el guatemalteco Miguel Ángel Asturias.

“Podríamos hacer esta conjetura: con insistencia, la Academia premió escritores que mantenían una relación con el mundo, mientras que Borges mantenía una relación con la literatura”, explicó tiempo atrás el periodista Pablo Gianera en La Nación.

En otras palabras, Borges era considerado “demasiado literario”. Su escritura, más preocupada por los laberintos del tiempo y la metafísica que por las cuestiones sociales, no encajaba en la visión humanista y progresista que predominaba entre los académicos suecos.

El peso de la política

Más allá del juicio estético, las circunstancias políticas también habrían jugado un papel decisivo. En 1976, en plena dictadura chilena, Borges aceptó un doctorado honoris causa de la Universidad de Chile. El diploma fue entregado por el propio Augusto Pinochet. En su discurso, el autor habló de “una patria fuerte” y elogió al dictador como “una excelente persona”.

Años más tarde, la propia María Kodama, su viuda, reconocería que “todo el mundo sabe que fue una cuestión política”. Según relató, Borges fue advertido de que ese viaje podía alejarlo del Nobel, pero él no quiso “dejarse sobornar”.

Esa visita selló su destino ante la Academia. El escritor chileno Volodia Teitelboim citó al influyente académico Artur Lundkvist -secretario permanente de la institución- al decir: “La sociedad sueca no puede premiar a alguien con esos antecedentes”.

La enemistad entre Borges y Lundkvist, no obstante, venía de antes. Según recordó la escritora María Esther Vázquez en “Borges, esplendor y derrota”, en una cena en Estocolmo, el argentino se burló discretamente de un poema de Lundkvist, quien se enteró del desliz y nunca lo perdonó.

Un destino literario

Aun con esos tropiezos, Borges nunca pareció angustiarse demasiado por la falta del premio. Kodama contó en la Feria del Libro de Guadalajara de 2014: “Él supo que nunca se lo iban a dar, y en ese momento lo quise más. Me di cuenta de que nunca iba a traicionar sus ideas”.

El propio Borges se lo tomó con filosofía: “No darme el Nobel se ha convertido ya en una antigua tradición escandinava”, repetía con humor. Quizás intuía que el verdadero lugar de su obra no dependía de un galardón, sino del paso del tiempo.

Hoy, cuando los archivos revelan que fue descartado por ser “demasiado exclusivo”, su exclusión parece, más que un error, un acto involuntario de coherencia. Borges de todas maneras forma parte de otra lista igual de prestigiosa: la de los autores que tampoco lo ganaron, junto a Tolstói, Proust, Kafka, Joyce y Alfonso Reyes.

Como escribió Pablo Gianera, “las tradiciones sobreviven a los hombres, y cada generación de la Academia sueca consiguió mantener viva la suya de negarle el premio a Borges”.