En los últimos meses, los grupos de Whatsapp que integran veraneantes de distintas zonas de Tafí del Valle registran actividades intensas. A los habituales comentarios sobre los problemas de cada lugar, se vienen sumando denuncias por robos. En general, se trata de ataques que parecen cometidos por oportunistas. Es decir, por personas que aprovechan que las casas están cerradas para forzar alguna ventana o la puerta de un monturero, por ejemplo, y llevarse lo que encuentran a mano. Claro que el hecho de que se trate de robos menores, por calificarlos de algún modo, no les quita gravedad y es necesaria la pronta reacción de las fuerzas de seguridad.

Aparentemente, la zona más afectada en estas últimas semanas es la de La Banda, puntualmente, los alrededores del zanjón en el que hasta hace algunos años se montaba La Pasión. Es allí donde los ladrones parecen haberse enfocado, quizás aprovechándose del hecho de que las casas están alejadas de los lugares más transitados y visibles. Inclusive, hay familias que aseguran haber sufrido dos ataques en menos de un mes.

El tema cobra dramatismo, porque lo que ocurre habitualmente es que con cada incursión de los delincuentes se activan los sistemas de alarmas de las casas y sus propietarios deben dejar las obligaciones en la ciudad para subir apresuradamente al valle, con todos los riesgos que esto implica.

Además, aparece la sensación de que, a pesar de las denuncias y las quejas, nada cambia. Porque, tal como publicó LA GACETA, en la Policía sostienen que los vecinos no suelen presentarse en la comisaría para contar lo que les ha ocurrido y que, por lo tanto, los agentes no tienen forma de investigar y perseguir a los ladrones. Algunas víctimas argumentan, por el contrario, que sí hicieron las denuncias, pero que no obtuvieron respuestas. Y otros reconocen que prefieren no hacerlas para evitar trámites burocráticos que, según ellos, difícilmente tendrán resultados positivos.

No es descabellado unir estos hechos con un fenómeno muy preocupante del que viene dando cuenta LA GACETA desde hace tiempo: la ruta 307, que une Tafí del Valle con el llano tucumano y con el Valle Calchaquí, se ha convertido en el terreno utilizado por los narcos para transportar grandes cantidades de cocaína desde Salta. Lo que sostienen los especialistas es que a la vera de los caminos por los que se trafican drogas se suelen instalar transas, que se quedan con algunas cantidades de estupefacientes para venderlos entre los lugareños, porque ese es uno de los tantos modos de financiar el tráfico. Y a nadie escapa que el consumo de sustancias en Tafí del Valle, Amaicha y El Mollar es inquietante. Es por eso que muchos se preguntan si esta ola de robos no será una derivación del grave problema del narcotráfico.

Lo que sí está claro es que el crecimiento urbano desordenado y veloz que ha sufrido el valle de Tafí en las últimas décadas ha traído consigo muchos problemas que necesitan intervenciones serias. El que nos ocupa en este texto es, quizás, uno de los más complejos. Creemos que es necesario que el Gobierno lo aborde de manera integral: no sólo con la lucha contra el narcotráfico, sino también con la atención integral de los adictos y con la prevención de los delitos.